lunes, 25 de junio de 2012
El libro de Naya Despradel: los Awad-Báez
¡Qué difícil es ejercer el oficio de crítico cuando me enfrento a un libro de amigos y de gente de mi afecto! Tal es el caso de la primera obra de Naya Despradel, a quien me unen lazos de afecto a través de la vinculación que sostuve en la UASD con su finado esposo Rafael de Láncer y, a desde los años 70 hasta hoy, con Chello Despradel, hermana de Naya. Sobre todo, porque Naya me llamó con tanta deferencia para hacerme llegar su libro “Pilar y Jean. Investigación de dos muertes en la Era de Trujillo” (SD: Letra Gráfica, s/f, pero presumo que publicado en 2012) y por la gratitud que le guardo por la ayuda que me brindó, junto a Floralba Jiménez, ambas ejecutivas de OGM Central de Datos, cuando trabajé, para Unapec, en la edición del año 2009 del tomo primero de los artículos que Max Henríquez Ureña publicó en el Listín Diario en su columna “Desde mi butaca”.
Pero aquí vamos, con mi eterna divisa: sin elogio ni condena ni silencio. Un libro es como un parto. Pero si el niño crece en un hogar disfuncional, será tremendo problema social. Un libro, si el padre o la madre, no lo deja que ruede por el mundo y se apega uno y otra fieramente a su defensa como si a la menor crítica se hiriera profundamente al yo del autor, también crea un grave problema a quien lo escribió.
Y este primer parte de Naya es la conjunción de su saber sociológico, de su experiencia y memoria de vida y de los elementos dispersos que su sentido de la administración de empresas y su currículo de ejecutiva le han proporcionado a lo largo de la vida. Pero con estas prevenciones, ha puesto pies de plomo en un campo que no es el suyo y que, al igual que la literatura, todos los dominicanos tenemos propensión a entrar en él: la historia. Y en cuanto al campo de la literatura, todo el mundo tiene su palabrita que decir. Quizá sea porque en punto a literatura e historia todos nos consideramos, consciente o inconscientemente, sus hacedores.
Tratar de desbrozar, a cincuenta años de la muerte de Trujillo, los intríngulis de aquella Era, es una proeza descomunal. La ley de la omerta rigió, y sigue rigiendo hasta hoy, a los protagonistas de la Era. Los documentos que los historiadores han dado a la luz en las distintas obras que han publicado son los más inofensivos, y los que la Era y sus funcionarios –desde Trujillo hasta su más insignificante corresponsal– firmaron e hicieron del dominio público. Escondidos en los cerebros que ya murieron, en los que aún viven y en los archivos secretos de las Cancillerías extranjeras a través de los informes de su respectiva embajada o consulado reposan durmiendo el sueño eterno los documentos que los embajadores y cónsules remitieron para la toma de decisiones políticas de su país. Durante 31 años no se cansaron de rendir informes a su Cancillería.
Pero la historia oral de todos los asesinatos políticos de la dictadura, los cables cifrados ordenando la muerte de un opositor en el país o el extranjero, la vida sexual desenfrenada de Trujillo y sus familiares, los casos de incesto entre los Trujillo, las mujeres que ellos les quitaron a los esposos y las vejaciones a que les sometieron, el despojo de las propiedades ajenas para beneficio de Trujillo, sus familiares y amigos, las palabras de aquellas órdenes se las llevó el viento y el tiempo, los interrogatorios a los conjurados que quedaron vivos después del 30 de mayo, todo eso yace en el fondo del mar como un archivo titánico. Las depredaciones de Trujillo comenzaron en 1925, no en 1930 con la toma violenta del poder.
Naya Despradel se dio como meta descubrir la verdad en torno a las muertes de los miembros de la joven pareja formada por el teniente Jean Awad Canaán y Pilar (Pachi) Báez Perelló, esta última hija de uno de los hombres de más confianza de Trujillo: Miguel Ángel Báez Díaz y su esposa Aída Perelló de Báez.
Durante cincuenta años se tejió la leyenda de que Pachi Báez de Awad, del entorno íntimo de Angelita Trujillo, había sido mandada a la muerte durante la labor de parto en la clínica Abreu en enero de 1960, ya que según el rumor la hija mimada del Jefe estaba enamorada del teniente de la Fuerza Aérea Dominicana. Como se vivía en una dictadura que controlaba absolutamente la prensa, el pensamiento y los estómagos de la gente, todo hecho raro de muerte, desaparición de alguien el rumo, como mecanismo de defensa, tendía a culpar a la dictadura de cualquier desaguisado que pudiera tener color político.
Lo mismo ocurrió con la muerte del segundo teniente Jean Awad Canaán, quien según todos los indicios y los testimonios orales de Lorenzo Sención Silverio, compañero de armas y amigo de la víctima, y del pelotero Manuel Valenzuela, se trató de un accidente casual, ya que el conductor, dada la oscuridad de la noche, se estrelló contra un camión estacionado en un curva, mientras el chofer de este vehículo se tomaba un café en una vivienda contigua a la carretera.
Desde el momento en que salió publicada en la prensa la noticia del accidente, ocurrido el 30 de noviembre de 1960, quienes éramos desafectos al régimen concluimos que se trataba de otro asesinato como el de las hermanas Mirabal o el de Marrero Aristy. Los lectores comprenderán que este era el único mecanismo de defensa frente a la dictadura, ya que era un peligro ponerse a preguntar y menos a indagar cómo había muerto Fulano de Tal. Y en el mundo oficial de la dictadura, ¿quién iba a ponerse a especular sobre esa muerte si el padrino de la boda de Jean Awad y Pilar habían sido los mismísimos esposos Trujillo Molina-Martínez Alba?
Y ese es el hallazgo de la investigación emprendida por Naya Despradel: demostrar que tanto la muerte de Pilar Báez en la sala de parto como el de su esposo Jean Awad fueron accidentes fortuitos. Y hasta ahí está bien la investigación.
Pero en historia, como en culquier otra disciplina, no hay verdad absoluta, sino relativa, de época y cultural. Es más, es más higiénico metodológicamente asumir que en toda disciplina no hay verdad, sino puntos de vistas. Así se corre menos riesgo de equivocarse. Desde que el hombre tuvo uso de razón se creyó como verdad absoluta que el sol giraba en torno a la tierra y los demás planetas. Copérnico demostró lo que sabemos hoy. Y Colón, con la práctica mostro que la tierra era redonda y no plana. Antes de 1492 a usted lo podían quemar en la hoguera si sostenía que la tierra era redonda, y peor aún, si sostenía que la tierra se movía, como lo demostró Galileo, o que la sangre circula en el cuerpo, como lo demostró Servet.
Yo me rijo, en este y otros menesteres científicos y humanísticos, por la divisa del pensador alemán Bernard Groethuysen en su libro “Mitos y retratos”: “Que toda respuesta encuentre la pregunta que la destruya”.
Digo que hasta el momento en que escribo, el punto de vista verdad relativa de Naya Despradel es relativo. Porque en la era de Trujillo todo era secreto, ultrasecreto, la razón de Estado y la razón política lo pautaban todo, la vida pública y la vida privada. Y hoy todo lo que sucedió de denigrante en la era de Trujillo está sepultado en el silencio. Incluso hoy se mal que quienes fueron antitrujillistas, expongan sus ideas en público o en la prensa o en libros.
Y, para concluir, no todo está dicho sobre lo político en el caso de Jean Awad Canaán. El testimonio de Antonio García Vásquez, revista Ecos 7 (1999:57-97) sobre la conjura del 30 de mayo para eliminar a Trujillo es clave con respecto a las figuras de Miguel Ángel Báez Díaz y Jean Awad. Y este testimonio no lo veo como manipulación, pues fue escrito en 1963, en Madrid, alejado de las pasiones de Santo Domingo. E incluso García Vásquez admite como accidental la muerte de Awad y la de Pilar la califica como “muerta a consecuencias del parto” (Ibíd.)
Pero en la página 67 describe el involucramiento Miguel Ángel Báez Díaz: “En los meses finales del año 1960 conocía sólo como participantes en el complot, además de a Antonio de la Maza, sus hermanos Mario, Ernesto y Bolívar de la Maza, [a] Juan Tomás Díaz, a Miguel Angel Báez Díaz y a Pedro Livio Cedeño. Sí notaba que Modesto Díaz, hermano de Juan Tomás, de algo estaba enterado.”
Y del involucramiento de Jean Awad Canaán en la conjura informa: “Un día De la Maza me llamó y me dijo: “Hay que punchar al viejo; Juan Tomás. He estado hablando con Jean Awad Canaán –oficial de la Aviación Militar Dominicana, quien había vivido en Restauración– “y por ese lado sí creo que cuajará este negocio.”
García Vásquez, miembro activo de la conjura por su lazo familiar con De la Maza sigue explicando la actitud y las acciones del yerno de Báez Díaz, metido hasta el tuétano en la conspiración, la cual fue un asunto de vergüenza y dignidad familiar: “Durante el desempelo de sus funciones como oficial destinado en Restauración Awad Canaán, quizás en provecho de las especiales condiciones de la frontera, aislado de toda relación social, pasaba largas horas en casa de De la Maza y, allí, vinieron las confidencias. Luego de la muerte de la señor [Awad] Cannaán, o sea de Pilar Báez [Perelló] Díaz (sic) aquel quedó prestando servicios en la Fuerza Aérea Dominicana (FAD), a la que había sido trasladado. Fue cuando llevó una ametralladora a la casa de Báez Díaz y entregó una pistola calibre 45 a Antonio de la Maza.” (pp. 67-80).
Y finaliza su relato sobre Awad de esta manera: “La muerte accidental de Awad Canaán echó por tierra un plan en el que se debía usar mi vehículo Opel Caravan, por la comodidad que para los propósitos y uso de las armas significaba el hecho de poderse abrir su compuerta posterior, dejando un ángulo de tiro perfecto. Temerosos de que se trata de un develamiento(sic), quedamos quietos por algunos días. Por cierto, que se presentó una difícil situación para la devolución de la ametralladora, que al fin fue superada.” (p. 68).
De los detalles de la conspiración y de los nombres de los participantes tuvo Trujillo conocimiento directo a través del informe que le suministró Johnny Abbes. Pero Trujillo, como decía Marco Aurelio, no podía matar a sus matadores y desestimó el informe de Abbes porque nunca creyó que la familia Díaz fuera capaz de traición, pero de quien sí se cuidó fue de Antonio de la Maza, tal como dice García Vásquez, que hubo que hacer maravillas con Pilo Santelises para que De la Maza volviera a sus aserraderos, pues Trujillo inquirió qué hacía tanto tiempo en la Capital y no estaba en Restauración. De la Maza duró una semana para aparentar que no estaba en nada, sino que estaba en la ciudad capital en tratamiento médico de los riñones y del corazón. Una semana después Trujillo era cadáver. Ningún príncipe puede asesinar a su sucesor. Tenía Marco Aurelio en no preocuparse por ese asunto.
Es difícil creer que el padrino de bodas de Jean Awad no supiera en qué pasos andaba su ahijado. ¿Y Johnny Abbes, lo sabía? ¿Y Pechito y Angelita lo sabían? Quizá Pechito, pero Angelita, lo dudo. Esas cosas no se les trataban a las mujeres en la Era de Trujillo. Además era una niña de 21 años en 1960. Ahora se les abre un nuevo capítulo a los historiadores dominicanos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Estimado señor Céspedes: Me ha gustado mucho su anterior artículo sobre el libro de Naya Despradel. Usted no nos conoce a nosotros, por lo que desconoce datos como que Jean Awad Canaán nunca fue amigo de Sención Silverio, pero su objetividad ha quedado más que patente, siendo esto honroso por su parte.
Como criminóloga que soy, le comento que Naya Despradel ha actuado desde el primer momento con principio de Maledicencia. En lugar de actuar con objetividad, nunca investigó en el entorno de las familias Awad ni Báez. Su único contacto con Pilar Awad Báez fue para atenderla con desdén en el ejercicio de su trabajo, en un momento en el que Pilar no sabía ni quién era ella. ¿Porqué esa inquina? En cuanto a la familia Awad, esta "excelente investigadora" apunta en su recopilación de chismes y de testimonios torpemente seccionados llamada libro, que intentó hablar con los hermanos de Jean sin obtener respuesta. Esto, claro está, sería muy difícil, porque sus tres hermanos han fallecido.
Me costó realmente leerme ese escrito de tan baja calidad, sin rigor alguno y mucha mala intención regada de intereses personales que tanto a Angelita como a Ramfito les han venido de lujo.
Como criminóloga, me siento insultada de que una persona sin ningún estudio en criminalística ose llamarse "investigadora" y tratar de hacer un "trabajo detestivesco", denominándolo también como "científico y académico". ¿Estamos locos ó qué? Una mujer que aprobó su carrera en la Universidad de la Tercera Edad recientemente, siendo esta además Administración y Gestión de Empresas, debe ser consciente de sus limitaciones y no cometer intrusismo profesional, como así ha sido.
Dice usted que mantenía una buena amistad con el esposo de esta mujer con necesidad de notoriedad, pues entonces debe de saber lo que comentan sus allegados: "Si Rafael llega a estar vivo, no le permite publicar esa vaina".
Nuevamente le agradezco su buen hacer y su profesionalidad, no sin antes hacerle partícipe de que la verdad siempre termina viendo la luz.
Reciba un cordial saludo,
Eva Álvarez.
Publicar un comentario