martes, 8 de enero de 2008

El lenguaje, el poder




CONTEXTOS: PRIMER MANIFIESTO
El lenguaje, el poder [1]
Henri Meschonnic

A quien en México llamamos emperador llevaba el título de tlatoani, “el que habla”, derivado del verbo tlatoa, “hablar”; volvemos a encontrar la misma raíz en términos relativos a la palabra, por ejemplo tlatolli, “lenguaje”, y en aquellos que se refieren al poder, al dominio, como tlatocayol, “Estado”: los dos sentidos concluyen en la palabra tlatocan, que designa al Consejo Supremo, lugar donde se habla y de donde dimana la autoridad. No es, pues, casualidad que se califique al Soberano de tlatoani: en el origen de su poder está el arte de hablar, las palabras que se pronuncian en el seno del Consejo, la habilidad y la dignidad de esos discursos pomposos y llenos de imágenes que tanto apreciaban los aztecas.[2]
Jacques Soustelle.
La vida cotidiana de los aztecas en víperas de la Conquista

Los lazos que sostienen los dos términos de lenguaje y poder uno hacia el otro y contra el otro son tan antiguos como se puede, sin duda, remontar en el tiempo. Únicamente nuestras palabras y nuestras técnicas de hoy nos hacen creer que hemos develado, más que en el pasado, lo político en el lenguaje. Desde La República de Platón, el gobernante tiene derechos sobre el lenguaje que el pueblo no posee. El derecho de mentir. La razón de Estado implica una teoría del lenguaje. Planteo que una teoría del lenguaje implica una teoría del poder, y que una teoría del poder implica una teoría del lenguaje. Que hay que investigar.

§ 2
Hemos visto recientemente cómo la noción de poder se ha pluralizado. Incluso se ha hecho migas. Nadie identifica ya el poder, práctica y popularmente, con el Estado, y menos con un Estado centralizado, sino con los poderes. Instancias de poder. No me detendré en el análisis de esa pluralización. Retengo solamente un efecto. El combate ideológico también se pluraliza. Se desplaza. El verdadero combate intelectual puede estar en otro lugar que no sea el poder. La diversión lo deja en paz. Esto es lo que se colige de la lección inaugural de Roland Barthes[3] en el Colegio de Francia al denunciar “el poder que existe en la lengua”, es decir, los constreñimientos lingüísticos comunes a cada idioma, –“elegir entre el masculino y el femenino–. De ahí la proposición que la lengua es “fascista”, porque obliga a decir, y por lo que obliga a decir, donde el individuo no tiene justamente su palabra que decir. Según este razonamiento, nadie, sino únicamente el escritor, mediante el engaño, puede colocarse “fuera del poder”. El escritor es, pues, el único que se salva de la lengua por medio de la literatura. Él solo es entonces un Yo, según Max Stirner. Un único. Un sujeto. La sacralización del escribir, como forma propia de nuestras sociedades inclinadas a la adoración pagana de los elementos, no puede ser llevada más al extremo que en el lenguaje. Es la poética compensatoria, lujo de la escritura y escritura de lujo, el anti-instrumentalismo que se sostiene en gracia al instrumentalismo.

§ 3
Es notable que a esta representación que bloquea el poder, una instancia de poder, en la lengua, y el poder en el sentido de un exceso y un abuso ante el cual el individuo es impotente –la trascendencia de la violencia que aniquila al sujeto–, se yuxtaponga otra representación diametralmente opuesta. La lengua no es ya fascista. Esta permite, al contrario, una libertad infinita donde las ideas verdes duermen furiosamente. En Chomsky, la libertad funda el lenguaje, puesto que el lenguaje es “el uso infinito de medios finitos”. DE la gramática generativa a la acción política nos damos cuenta de que una sola definición del sujeto del lenguaje, la del “locutor-auditor ideal en una comunidad lingüística totalmente homogénea”, lleva la teoría del lenguaje hacia el anarquismo libertario. El lenguaje está, pues, en contra del poder. En virtud de una lógica contenida en la definición del sujeto lingüístico, la política de la gramática generativa es la de Bakunín.
§ 4
Pero en esos dos ejemplos extremos que la modernidad opone con gusto, el especialista del lenguaje, el Escritor o el Amo, está de todo modo fuera del alcance del poder. Amo de la creatividad, y único sujeto verdadero, o amo de las anomalís semánticas y formalizador sin fin de lo empírico, él ha guardado para su beneficio la asociación del filósofo con el gobernante que estaba en Platón. Sin embargo, ninguna de esas dos politizaciones contiene teoría de los sujetos del lenguaje ni teoría del Estado. El escritor está fundado, en Barthes, en una ausencia de teoría del lenguaje común, como si el código lingüístico eliminara a los sujetos imponiéndose a ellos, construyéndoles en él. Inversamente, la ausencia de la poética arruina la construcción de Chomsky.

§ 5
Esos dos monumentos, visítenlos pronto antes de que se vuelvan ruinas, son así las vicisitudes de una relación no construida entre el lenguaje y el poder. Todo sucede como si, casi mecánicamente, los dos términos dieran el poder del lenguaje y el lenguaje del poder. Mucho más que un juego con las palabras. En el poder del lenguaje todas las místicas del nomen numen han sido jugadas siempre. Estas se orientan a la sacralización de la literatura y el escritor, su sacerdote. El contrario formal resulta ser el lenguaje del poder, esa metáfora, puesto que lenguaje no tiene sentido lingüístico, pero engloba todo lo que, lenguaje o no, revela el poder. Es la metáfora que hacía Marx. El anarquismo no cambia nada ahí: lo rechaza. La insurrección refuerza el poder. La Comuna se funda necesariamente como un islote, un anti-Estado que es posible porque hay Estado, del mismo modo que la escritura anti-instrumental es posible porque por todas partes continúa lo vehicular envilecido pero útil, la comunicación. Además, la insurrección es realizable por una casta o un pequeño número. Por ambos bandos, el lenguaje y el poder redoblan el poder. Solamente cambian los dueños. Ninguno de esos dos juegos tiene por apuesta el sujeto. Este es silenciado. Tanto el poder del lenguaje como el lenguaje del poder le aplastan. Eso es quizá todo lo que tienen en común. Su encuentro es una estrategia. El poder del lenguaje tiene su razón, tan humillante como el lenguaje del poder.

§ 6
Planteo, pues, que hasta tanto no se construye teóricamente la relación entre el lenguaje y el poder no serán posibles ni una teoría del sujeto ni una teoría del Estado y postulo que una teoría del Estado y una teoría del sujeto son mutuamente dependientes.

§ 7
La relación más frecuente, o la más evidente, en la actualidad, es quizá la relación sociológica, por medio de la sociolingüística. La dominación de un grupo por otro es descrita en términos de lenguaje o de lengua de un grupo dominante y de lenguaje o de lengua de un grupo dominado. De donde se pasa a lengua dominante y a lengua dominada. Así opera la descripción: el francés lengua nacional, la lucha de la centralización en contra de los “patois”, hacia la unidad lingüística, desde la Revolución francesa y durante la Tercera República. Movimiento invertido en la tendencia actual a la descentralización, a las lenguas regionales. El lenguaje y la lengua son analizados en términos de poder, en términos directamente políticos: centralización o descentralización, con la incidencia de esas nociones políticas, y no lingüísticas, acerca de la lengua.

§ 8
No se repara que están fundiendo lenguaje e ideología. Los planos del lenguaje, la lengua, el discurso y la ideología se vuelven indistintos. Ahora bien, únicamente los dos últimos tienen sujetos. Una lengua no tiene sujeto. El lenguaje tampoco. Estos analistas logran entrar la lucha de clases en la lengua. No se está lejos de la oposición entre lengua burguesa y lengua proletaria. Vergonzoso o no, reproducen a Marr sin saberlo[4].

§ 9
Observo solamente que, a pesar del trabajo indispensable e importante de la sociolingüística (que aquí ni analizo ni debato pues hay que tomarlo de nuevo en su amplitud), la sociolingüística no tiene y no es una teoría de las relaciones entre el poder y el lenguaje. Esta es descriptiva. O reivindicativa. En un plano directamente social. Deja intacto el problema de una teoría del lenguaje en su relación con el poder.

§ 10
Planteo que para construir esa teoría hay que indagar cuál o cuáles son las teorías del lenguaje propias del poder (aquellas que están inscritas en este, explícitas o implícitas), y cuál es o cuáles son la o las teorías del poder implicadas en y por las teorías del lenguaje. Se trata de la reciprocidad del lenguaje y el poder, y de sus teorías.

§ 11
El punto de partida no puede ser otro que la teoría del signo que reina en la metafísica occidental y en la lingüística moderna. Esta es conocida. Su política infusa es lo que menos ha sido evidenciado.

§ 12
Esta teoría se precia de ser una descripción objetiva, admitida como una verdad científica irrebatible, que describe un estado de hecho. Intenté demostrar, en Le signe et le poème, que se trata de una descripción cultural que no se impone por sí sola y que produce, al contrario, a causa de su rechazo del poema y del sujeto, lo que se necesita para rechazarla de plano.

§ 13
Según esta teoría, el signo es un representante: aliquid stat pro aliquo, redecía Roman Jakobson. Ese signo se compone de dos partes: un elemento portador de sentido y que no tiene sentido en sí mismo, el significante, escamoteable y escamoteado: y un elemento esencial, el significado o el sentido, al cual la práctica común de la comunicación identifica con el signo: la parte por el todo. Ese signo es la ausencia de la cosa. Puede, además, circular perfectamente al suponer la ausencia o el olvido del significante. Esto lo confirman tanto algunos aspectos del discurso de la filosofía como, recientemente, el olvido de la traducción en la semiótica literaria.

§ 14
Esta doble ausencia, de la cosa y del significante, se refuerza en y por la oposición del lenguaje a la vida. Al pan real, inefable, Feuerbach oponía el vocablo pan. Oposición del lenguaje a la vida que colocaba el lenguaje en lo general y la vida en lo particular concreto. Esas son las idioteces acerca de la palabra caballo, la cual no producirá jamás los detalles de determinado caballo… El lenguaje o la lengua eran, pues, la imposibilidad misma de comunicar la vida, lo particular, el yo único. Solo la poesía tenía vocación, y misión, de luchar en contra de esa condición metafísica.

§ 15
La superposición de las oposiciones de lo general a lo particular y del lenguaje a la vida colocaba el lenguaje en una metafísica del origen, pues esta vehiculaba una noción del sustantivo propio, venido de lo particular concreto, como origen del sustantivo común. Puede uno preguntarse si la oposición lógica o científica entre lo general y lo particular no es una traslación de las ciencias a los problemas del lenguaje, creando un obstáculo al pensamiento de su especificidad. Con lo que, en parte, se nutre el falso proceso al lenguaje que esta teoría del signo constituye: paradójicamente, esta está hecha en contra del lenguaje, para condenarlo, denunciar su insuficiencia, su engaño, lo incomunicable, etc.

§ 16
Al signo-ausencia de la cosa, Hegel le agregó el agravamiento de la conciencia del crimen. De ahí salió toda una metafórica de la muerte, una muerte metafórica, la cual, de Mallarmé a Blanchot y los imitadores de hoy, muestra en una literatura la realización, la dramatización de la teoría del signo. La teoría del signo tiene su literatura. Al igual que su política.

§ 17
La teoría del signo-ausencia implica un primado de la lengua sobre el discurso. Tal teoría reduce necesariamente la lengua a un sistema y una circulación de signos. Signos y sistema de signos plantean el discurso como un empleo de los signos. Y los signos sirven. Sirven para comunicar. De donde el sujeto no puede ser más que el efecto del lenguaje, la criatura de las relaciones instrumentales de los signos entre sí. El primado instrumental consiste en plantear que nos servimos del lenguaje para comunicar, obrar sobre alguien –ordenar, conmover…– y que eso es todo, o lo esencial del lenguaje. La política del signo no puede ser más que el instrumentalismo. Puesto que no parte del sujeto como enunciación, discurso. No apunta tampoco a construirle como tal. No es más que una estructura gramatical. El estructuralismo lingüístico contiene y entraña otros instrumentalismos, generalización ligada a la estructura y al instrumento, y a su trascendencia en el discurso, en el sujeto. Con lo cual la teoría del signo es la culminación de un Razón cura razón de Estado es la realización política.

§ 18
La culminación ejemplar de ese racionalismo, teoría y política del signo, puede ilustrar en Marx. El instrumentalismo lingüístico es en él un camino para condenar el lenguaje a través de la condenación de la ideología, entendida como peyoración de las ideas, peyoración tanto de la filosofía como de la ideología: utilización nueva y radical de la vieja metafísica para la cual el lenguaje es engañoso. Pero es también la raíz de una confusión incomprensible entre lenguaje e ideología en la cual desaparece polémicamente la oposición entre lenguaje de la filosofía y filosofía del lenguaje. En la Unión Soviética, Marr fue, en este sentido, un resultado lógico y no una aberración monstruosa. Existe un instrumentalismo lógico: Marx se sirve de la dialéctica de Hegel, pero la traslada del cielo a la tierra, ideas en la historia, lo cual no modifica su esquema (ni su estructura ni su ritmo), pero la traspone. Existe un instrumentalismo social: la Cuestión judía reproduce de nuevo tal cual el estado del problema para servirse de este en contra de la sociedad burgués y para separar la liberación política y la humana, pero semejante método se caracteriza por ser una no crítica de la identificación del judío con el burgués y el dinero. Existe un instrumentalismo literario y artístico, el cual es una consecuencia necesaria del instrumentalismo lingüístico: si el lenguaje sirve para expresar, la literatura no puede ser otra cosa que la expresión de relaciones sociales que escapan difícilmente a un determinismo causalista, sociologizante, que no explica nada, sino la situación global de un arte (“Rafael”) y que culmina en sus extremos en la oposición entre el arte y el compromiso, pareja inencontrable para la teoría y la práctica de la literatura. Existe, finalmente, un instrumentalismo político, el cual es el lugar común y la culminación de los demás instrumentalismos. La trascendencia y el instrumento prueban, en el mejor de los casos, su connivencia con la razón de Estado. La modificación de los estatutos de la Primera Internacional en septiembre de 1871 para inscribir en estos la toma del poder y la exclusión de Bakunín en 1872 son la práctica de la teoría.

§ 19
En este quíntuple instrumentalismo se realiza una relación del lenguaje y el poder comenzada con Platón, en La República. La trascendencia de la estructura en relación con el sujeto parece ser el rasgo fundamental que comparten aquí el lenguaje y el poder. El efecto irresoluble se duplica aparentemente con la repetición que, en Marx, hace del individuo la criatura de las relaciones sociales y, en la teoría del signo y del discurso, la creación de las relaciones entre los signos, al ser el sujeto doblemente gramatical: efecto lingüístico en el sentido lingüístico y efecto estructural en el sentido de una lógica de las relaciones sociales.

§ 20
Esa duplicación del signo y lo social, el uno en el otro, se ve en sí misma reforzada por el esquema que la ficción del Contrato social ha instalado. El Soberano, que es la voluntad general, se caracteriza como homólogo del signo. La mayoría domina ahí no porque sea la parte más numerosa (esta no sería sino un grupo de presión más poderoso que oprimiría al otro), sino porque está identificada con la voluntad general, al permitir así escamotear a la minoría. La estructura implantada convierte a la minoría en el equivalente de posición y función del significante, escamoteable y escamoteado. La mayoría es entonces el significado, la parte identificada con la totalidad del signo: esta puede hablar en nombre de todos los franceses. El esuema semiótica y el esquema político se recubren y se refuerzan mutuamente.

§ 21
El sujeto no tiene más salida que en el ser humano natural, en lo privado, donde el sicoanalista busca en vano su “articulación” con lo social. Lo que sucede es que esta estructura produce la identificación del sujeto y el individuo. Su estrategia es el rechazo de ambos, confundiéndoles, rechazo que les coloca a la vez fuera de lo social y del lenguaje, puesto que el lenguaje es entonces, en primer lugar, signo, lengua, y no discurso. La política del signo identifica la razón y el poder. A lo universal que es el esquema del poder. El plantear la universalización como el blanco ha llevado, pues, a mantener como obstáculo a esta universalización toda tensión a la especificidad lingüística, cultural y nacional. En este sentido, el significante, el sujeto del discurso y el poema detentan la posición más vulnerable en la teoría y la política del signo y, por lo mismo, el funcionamiento de revelador teórico y lazo continuo de lo lingüístico con lo cultural y lo político. Es en este sentido que el poeta es judío, que el poema es judío y que el significante es el judío del signo, para probar que la apuesta teórica y la apuesta política son inseparables.

§ 22
Es por eso que hablar de una política de la lengua, como se ha hecho, es insuficiente. El colocarse en los términos de la lengua es situarse en los términos del poder. La densita del minoritario que acepta la teoría y la política del sino no reproduce más que dos situaciones. La primera consiste en denunciar su posición de minoritario, sin poder cambiarla en nada (puesto que esta es analizada en términos de estructura del signo y el poder, es decir, en términos de relaciones de fuerzas, las del adversario): en el mejor de los casos es una lucidez crítica y conjetural. La segunda situación restablecería en su provecho, al desplazarla, la relación de minoritario con mayoritario. Así, el conflicto sociolingüístico se realiza en beneficio único de la teoría y la política del signo. La reivindicación queda incluida ahí y no la modifica. En ese sentido es que la sociolingüística no es una teoría de la relación entre el lenguaje y el poder. Acusadora o justificadora, sociológicamente progresista o reaccionaria, sus tendencias opuestas quedan todas prisioneras de un mismo presupuesto fundamental que escapa a sus análisis. Es una sociología, y una ideología, aplicada al lenguaje, no una teoría política del lenguaje.

§ 23
Se plantea, pues, lo que puede ser una teoría del signo diferente, o más bien otra teoría y otra política del lenguaje diferente. El gran ausente de la teoría clásica es el sujeto del discurso. También al considerar la teoría del signo como un discurso, el de la trascendencia del signo y el poder, uno se ve obligado a postular un discurso diferente: el discurso no puede ser más que el de la especificidad e historicidad del significante, de manera tal que el sujeto sea la estrategia y la apuesta. Así, una teoría del discurso es por lo mismo una política del discurso. Esta es la intención del trabajo comenzado en “Lenguaje, historia, una misma teoría”[5].

§ 24
El fundar la teoría del lenguaje en el significante y en sujeto, implica fundarlo cultural e históricamente en una lógica de la contradicción indefinida y lo múltiple. Esta teoría política del discurso es la utopía del lenguaje y el poder. Esta utopía supone una crítica de la teoría del sujeto por parte de la teoría del Estado y de la teoría del Estado por parte de la teoría del sujeto.

§ 25
Habrá que hacer, pues, la crítica de la teoría del sujeto en el anarquismo, al cual Chomsky asocia la libertad del sujeto lingüístico. Habrá que probar que el anarquismo (Bakunín, para más precisión) tiene la misma teoría del Estado que Marx. Pero él rechaza esto. Como igualmente los futuristas tienen la misma teoría del lenguaje que los marxistas, pero ellos rechazan esto. El anarquismo invierte la organización que desciende de arriba hacia abajo, haciéndola subir de abajo hacia arriba. La Comuna contra el individualismo es, Kropotkin, un modelo moral. Que se constituye por un corte entre lo político y la moral. Es un rechazo de lo político. Su derrota está, pues, inscrita en el primado práctico de lo político y la política. Habrá que plantear el problema de la relación de las vanguardias literarias y artísticas con el anarquismo, como aventura de las prácticas del sujeto, donde se elabora la teoría del sujeto.

§ 26
El eslabón perdido de la relación entre el lenguaje y el poder, entre sus teorías, continúa siendo lo que aparentemente no tiene nada de político, lo que rechazan tanto la gramática generativa, con su anarquismo libertario, como la teoría del signo y la teoría del poder (por ejemplo, en su combinación máximo como lo es el marxismo) tal como trataré de probarlo. Este ausente es el poema. Es la práctica y el efecto teórico del poema en cuanto marca en cada sociedad el sitio del significante y el sujeto: en cuanto este es la aventura en aquellos. En este sentido, el poema designa una práctica del sujeto como historia en el lenguaje. Inseparable del lenguaje que llaman común en cuanto el poema no hace lo que hace, y como lo hace, sino según su definición del lenguaje común. Esta es, pues, estratégica. De esta depende el poema. Pero definir el lenguaje común sin el poema significa cortar el uno del otro y reducir, por la misma razón, el discurso al signo, como todo lo que este implica. No es, pues, un azar si a partir de la poética, y sólo a parte de esta, puede construirme, en mi opinión, la crítica de una antropología histórica del lenguaje.

§ 27
Es aquí que me parece tan estratégico el plantear, en una relación histórica y estructural con el poema, y cómo se plantea la estrategia del poema frente a lo político, el paso a través del significante judío para construir una teoría del lenguaje y el poder en uno y otro. No es un ejemplo, como se toma un ejemplo entre varios, etnológicamente, de relación entre lenguaje y poder. No es tampoco lo ejemplar en el sentido de un privilegio: un ejemplo demasiado bello, que no vale justamente para todos los casos. Se trata de un paso que ha sido taponado por la teoría del signo y por lo greco-cristiano. Tampoco entiendo por el significante judío, el judaísmo: en su historia reciente, desde el siglo de las Luces, este ha salido perdiendo porque se la juega en el campo del signo y el poder, del instrumento, al tratar de acomodarse ahí. Al igual que sale perdedora la lucha contra el antisemitismo que lo combate como tal si esta no se enfrenta al mismo tiempo a la racionalidad que lo protege y que lo produce: la razón de un universal que no tolera la alteridad, la especificidad y el significante-sujeto, cualquiera que sea. La misma razón destruye a México-Tenochtitlán y produce la Inquisición. El criticar su teoría del signo, su dialéctica y su teología, y su relación, el criticar, en resumen, el antisemitismo aisladamente, equivale exactamente a mantenerlo. Pues significa separarlo del resto para salvar ese resto (necesario al discurso de la filosofía), y es ese resto el que produce el antisemitismo.

§ 28
No retengo tampoco ese aspecto de las relaciones entre el lenguaje y el judaísmo cuya tradición, la Cábala, constituye una reserva de irracionalidad para Occidente. Su variante gnóstica. No digo nada sino de su utilización. ¿No son, quizá, los mismos que, en un momento, hicieron de la China o de los jeroglíficos, el inconsciente de Europa, quienes tratan de hacer la misma cosa con el hebraísmo? ¿No es todavía el hebraísmo un instrumento en beneficio de quién? Hay que precisar, pues, dentro de cuál estrategia entra. Como especificidad y alteridad, este no sería más que un ejemplo una relación. Relación no es trasporte. La traducción es una política en acto del lenguaje.

§ 29
Lo que la relación tiene de fundadora para la teoría del lenguaje y el poder me parece que pasa precisamente a través del poema en el lenguaje, tal como específicamente este paso en los textos, es decir, el discurso, de la Biblia. No el poema en el sentido lírico, como anacronismo y “género” literario. Pero en el sentido de ese trabajo del lenguaje que se dice por medio del lazo entre la oralidad, que es el ritmo, y la colectividad, la asamblea, y que termina por nombrar el efecto de Biblia con el sustantivo de Lectura, Mikra, allí donde la expresión cristiana-occidental desplaza radicalmente la apuesta y el sujeto al hablar de la Escritura, de las Escrituras. Ese trabajo del lenguaje es particularmente fundador en el funcionamiento de la profecía bíblica, como relación de una enunciación con una historia, con un colectivo. Y reenunciación. Por lo que ese funcionamiento es a la vez poético y político. El sujeto no es ahí, ni puede ser, el individuo. Todavía menos, polémicamente, el individuo aislado. En eso es que que precisamente el significante judía desborda también al judaísmo, pues el judaísmo, medieval por ejemplo, excluye al individuo-sujeto. Le excomulga. Sin embargo, el Talmud no procede sin duda que como discurso. Es decir, como lo múltiple.

§ 30
Paradójicamente, a pesar de toda la referencia lo divino y la teología de la nominación, –que trata acerca de la teoría de la lengua– el discurso bíblico, por el hecho de que se constituye como significante y ritmo en una estructuración recíproca del sujeto–(re)enunciador y de lo social, inscribe lo político y lo poético uno en el otro. Es su práctica del significante y el sujeto lo que importa para una teoría de la estructura recíproca del lenguaje y lo político, –al entender por lo político la teoría implícita del poder–. El primado del significante obliga a que lo política se ejerza en y por una práctica del sujeto. Esta práctica es la que convierte al sujeto en un sujeto histórico. El paso por el significante judío demuestra la posibilidad y la necesidad de una antropología radicalmente histórica del significante y el sujeto por parte de lo político.

§ 31
Así, puede plantearse que el lenguaje y el poder no encuentran su historicidad recíproca más que en teoría y la política del discurso. La clave de su relación es el sujeto. Pero un sujeto tal que sólo existe sujeto en la contradicción de lo único y lo social. El sujeto es un signo de pertenencia, no el individuo psicológico. El poema le revela, al ser su riesgo. Tampoco existe sujeto del poema si no existe transformación del sujeto por el poema. La apuesta impide al sujeto dormirse, o sea, permanecer como criatura de las relaciones sociales y lingüísticas. Si el lenguaje y el poder se quedan en la teoría del signo y su política, hacen de la razón mismo el sueño de la razón. Su dogmatismo impone la trascendencia de la estructura lingüística y social, la lengua y el Estado. La teoría del lenguaje no puede, pues, construirse sin teoría del poder, ni la teoría del poder sin teoría del lenguaje. El proyecto teórico no puede contentarse con reconocer lagunas, o delimitar disciplinas, regiones. Pues estas rehacen el dogmatismo: dormid.

§ 32
El proyecto teórico del discurso y el sujeto conduce ahora al estudio de las relaciones entre el lenguaje y el poder en el marxismo. Ese proyecto pasa por una travesía difícil porque este no puede reconocerse ni el marxismo ni el antimarxismo. Los dos hay que atravesarlos. De todos modos, los simplificadores primarios se contentan con la teoría del signo. Ese proyecto es vital para las prácticas del discurso, pero también para luchar en contra de la dogmatización de la teoría. Incluso, como proyecto no puede constituirse sin la práctica del poema. Es la especificidad de su propio discurso.

Notas:


[1] Traducción hecha en 1985 por Diógenes Céspedes para sus estudiantes de análisis de textos de la Escuela de Letras de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Este ensayo de Meschonnic se publicó en la revista Cuadernos de Poética 6 (1985): 6-17 en Santo Domingo.
[2] México: Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 94.
[3] R. Barthes. Leçon. Paris: Senil, 1978.
[4] Remito a la introducción de J. B. Marcellesi a “Langage et classes sociales, le marrisme”, Langages, junio de 1977, Nº. 46.
[5] Nouvelle Revue Française (NRF), septiembre-octubre de 1977. Trabajo en curso.
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