lunes, 25 de junio de 2012

Problemas de método en el libro de Naya Despradel



Uno de los problemas de método del libro de Naya Despradel titulado “Pilar y Jean. Investigación de dos muertes en la Era de Trujillo” reside en que la única fuente primaria para concluir en que el deceso del teniente Jean Awad Canaán fue un accidente de automóvil fortuito: el testimonio de Lorenzo Sención Silverio. También saca la misma conclusión en cuanto a la muerte accidental de Pilar Báez de Awad en la sala de parto de la Clínica Abreu basada en las declaraciones de dos fuentes primarias, los doctores Alfonso Simpson y Jordi Brossa, partes interesadas, pues nadie está obligado, por ley, a auto incriminarse.

Ni por asomo sugiero que el entonces teniente de puesto en San Juan de la Maguana, Sención Silverio, amigo de la víctima, y quien le acompañó en el viaje desde esa localidad hasta Las Matas de Farfán y luego a Guayabal y de ahí a la ruta inversa, haya mentido; ni tampoco que el testimonio del pelotero Manuel Valenzuela sea falso; ni que sean falsos los testimonios de los doctores Simpson y Brossa. En el contexto de la dictadura, las apariencias de los hechos era lo que esta permitía conocer y obligar a decir a un sujeto, pero esas verdades puestas a circular en los medios no son suficientes para dejar cerrado el caso de la muerte del teniente Awad. Todos estos testigos dijeron lo que sabían y habían visto. Pero Awad se sabía hombre muerto. Por eso dejó la foto para su hija. Quizá el SIM de Johnny Abbes no planeó aquel día la muerte de Awad. Pero ella sirvió de advertencia. Quizá el accidente le ahorró el trabajo a Abbes. Pero de que esa muerte, accidental o no, iba suceder, júrelo usted.

En primer lugar, el método se debilita por la confianza excesiva en fuentes únicas y sin posibilidad de contrastar esos testimonios con los de otros sujetos, debido a que solamente dos testigos que acompañaron al joven militar en aquel viaje, quedaron vivos. Son las palabras de ellos contra las de nadie. Pero palabras acerca de un caso ocurrido en la etapa más violenta de la dictadura y donde los asesinatos simulados como accidentes automovilísticos estaban a la orden del día tanto en La Habana, México, Centroamérica, Estados Unidos y Venezuela como Ciudad Trujillo, luego de que los servicios de espionaje de Trujillo alcanzaran el máximo de eficacia, precisión y secreto político, gracias a la pericia del general Arturo Espaillat, graduado de West Point y verdadero creador del servicio de inteligencia moderno, y de Johnny Abbes, coronel sin haber sido nunca militar, quien le aportó al SIM cinismo, malicia, terror, conocimiento estratégico de los pasos de los adversarios de Trujillo y la implacable pragmática de ahorro, economía y menor esfuerzo al asesinato en el país y el extranjero al precio del máximo secreto de los participantes en esos delitos de lesa humanidad.

Otro problema de método de la obra de Despradel es su apego a una ideología racionalista que atribuye a la historia y a las demás disciplinas científicas o humanistas una pretendida búsqueda de la verdad, desde la Antigüedad hasta nuestros días, cuando en realidad, a partir de la lingüística y la teoría moderna del discurso inventada por Émile Benveniste y perfeccionada por la poética del pensar de Henri Meschonnic, solo existe el punto de vista. Esto, en razón de que tanto la historia como las demás disciplinas humanísticas son prácticas que se expresan solamente en discursos. Y este libera sentidos múltiples que incluyen la mentira, la verdad, los intereses, la pertenencia de clase, lo cultural y las relaciones de poder entre sujetos, etc. De ahí la dificultad de establecer la verdad. Solo hay puntos de vista, unos más coherentes que otros. Un ejemplo: Jesús ante Pilato le dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida…”, etc. Y Pilato le pregunta: ¿Y qué es la verdad? De los dos, fuera de dogmatismos religiosos, ¿quién tiene la verdad?

En el artículo anterior evoqué el caso de la tierra plana, la tierra que se mueve y la circulación de la sangre. Durante casi dos mil años fueron verdades inconmovibles. Pero todo eso era falso. Lo que no impidió que la tierra fuera esférica, que se moviera y que la sangre circulara. Señalé también el peligro a que se exponían quienes opinaran contrario a esos dogmas establecidos por el consenso de las sucesivas generaciones.
Pongo un ejemplo de verdad consensuada por el estatus quo dominicano ¡y pobre de aquel que sostenga lo contrario!: Todos los historiadores dominicanos, excepto Américo Lugo, Moscoso Puello y Rafael Augusto Sánchez, opinan que el 27 de febrero de 1844 los trinitarios crearon la nación dominicana. Jimenes Grullón, Pérez Cabral y Bosch mantienen una pizca de escepticismo.

Pero de los rasgos distintivos que caracterizan a una nación moderna (por ejemplo, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda, Suiza, los países escandinavos), es decir, ausencia de clientelismo y patrimonialismo, presencia del Estado de Derecho, ejercicio de la soberanía a través del control de la territorialización, el disfrute de la ciudadanía, la juridificación, la inclusión del pueblo en la creación del Estado nacional y una decena más de rasgos pertinentes, entre los que figuran la vigencia efectiva de los derechos humanos, sociales, políticos, ecológicos y el reparto y distribución de las riquezas producidas por la República Dominicana a toda su población o clases sociales. Ninguno de esos rasgos están presentes en el caso del Estado autoritario creado en 1844 por el brazo armado y centralizador de Pedro Santana.



Esa verdad de que la nación dominicana existe, o más grotescamente de que somos un Estado nacional verdadero, solo la creen quienes se benefician económica y políticamente de ese mito. Un verdadero mito, pero una verdad impuesta desde pre primaria hasta la Universidad, lo cual no impide que los rasgos distintivos de nuestro Estado nacional verdadero estén completamente ausentes. Pero el consenso produce un mito en el cual cree toda la población, del mismo modo que hay todavía gente que dice que el sol sale, se acuesta o que atraviesa el cielo. A esa creencia en la existencia de nuestro Estado nacional le sucede lo mismo que a la teoría de la tierra plana, la tierra inmóvil y la sangre estática.

Todas las disciplinas científicas y humanísticas modernas reproducen, en cada país, en unos más grotescamente que en otros, el consenso universal de la verdad, gracias a lo discontinuo del signo, con su dualismo separador del lenguaje y la vida, el cuerpo y el espíritu, el sujeto y la historia, el signo y el poema. El discurso crítico o arte del pensar entendido como invención de una práctica nueva, inexistente hasta ese momento en una sociedad dada, es capaz de luchar contra ese concepto de verdad, unidad y totalidad y de trabajar los conceptos de discurso, sentidos múltiples y puntos de vista múltiples coherentes en todas las prácticas de sujetos.

Por tal razón, Américo Lugo nos prevenía que la historia sobre un hecho, un suceso o un período no podía escribirse hasta después de pasado el medio siglo y cuando hubiesen desaparecido del panorama los actores que le dieron forma a esos acontecimientos. Yo extendía un poco más allá ese período, del cual solo podemos escribir materiales de acarreo. Como en el caso de los sucesos ocurridos en la Era de Trujillo, cuyo secreto bien guardado por todos los participantes en aquellos desmanes durante más de 35 años formó un bloque monolítico contra toda aireación pública de asesinatos, violaciones, robos, saqueos y violencia.

Según el testimonio de Eduardo García Vásquez, vimos el involucramiento del teniente Awad en la conjura del 30 de mayo junto a su suegro Báez Díaz y De la Maza.

Basta con echar una ojeada a los libros de Bernardo Vega sobre los crímenes nacionales e internacionales de Trujillo (Sergio Bencosme, Mauricio Báez, Pipí Hernández, Tancredo Martínez, Andrés Requena, Galíndez, Almoina, las Mirabal, Marrero Aristy, por ser los más sonados), para darse cuenta de que detrás de cada una de esas muertes hubo otro séquito de muertes de quienes participaron en esos crímenes, a fin de no dejar la menor huella. Uno de los especialismos de Abbes fue, con ayuda de cubanos y mexicanos, el accidente automovilístico simulado.

Esperemos los papeles escondidos en los sótanos de los archivos de las Cancillerías y consulados extranjeros, esperemos los papeles, así sea dentro de cincuenta años más o un siglo, para estudiar, incluso con el testimonio de la correspondencia privada (pues ya se nos han muerto los que participaron de la vida trujillista) para saber los detalles de los crímenes políticos de la dictadura que permanecen dormidos en espera del investigador que sepa tañer el arpa del arte de pensar.

¿Por qué todo el que participó como actor principal de la dictadura trujillista guardó silencio total sobre los hechos en que participó? Un día alguien instó a Emilio Rodríguez Demorizi a escribir sus memorias a fin de que contribuyera a aclarar la mente de las nuevas generaciones. Y él, muy gran señor, contestó: ¿Quiere usted que escriba de las indignidades en las que participé? Por eso las memorias de gente como Balaguer o Álvarez Pina son cortinas de humo para justificarse o ajustar cuentas.

El libro de Naya Despradel: los Awad-Báez




¡Qué difícil es ejercer el oficio de crítico cuando me enfrento a un libro de amigos y de gente de mi afecto! Tal es el caso de la primera obra de Naya Despradel, a quien me unen lazos de afecto a través de la vinculación que sostuve en la UASD con su finado esposo Rafael de Láncer y, a desde los años 70 hasta hoy, con Chello Despradel, hermana de Naya. Sobre todo, porque Naya me llamó con tanta deferencia para hacerme llegar su libro “Pilar y Jean. Investigación de dos muertes en la Era de Trujillo” (SD: Letra Gráfica, s/f, pero presumo que publicado en 2012) y por la gratitud que le guardo por la ayuda que me brindó, junto a Floralba Jiménez, ambas ejecutivas de OGM Central de Datos, cuando trabajé, para Unapec, en la edición del año 2009 del tomo primero de los artículos que Max Henríquez Ureña publicó en el Listín Diario en su columna “Desde mi butaca”.

Pero aquí vamos, con mi eterna divisa: sin elogio ni condena ni silencio. Un libro es como un parto. Pero si el niño crece en un hogar disfuncional, será tremendo problema social. Un libro, si el padre o la madre, no lo deja que ruede por el mundo y se apega uno y otra fieramente a su defensa como si a la menor crítica se hiriera profundamente al yo del autor, también crea un grave problema a quien lo escribió.

Y este primer parte de Naya es la conjunción de su saber sociológico, de su experiencia y memoria de vida y de los elementos dispersos que su sentido de la administración de empresas y su currículo de ejecutiva le han proporcionado a lo largo de la vida. Pero con estas prevenciones, ha puesto pies de plomo en un campo que no es el suyo y que, al igual que la literatura, todos los dominicanos tenemos propensión a entrar en él: la historia. Y en cuanto al campo de la literatura, todo el mundo tiene su palabrita que decir. Quizá sea porque en punto a literatura e historia todos nos consideramos, consciente o inconscientemente, sus hacedores.

Tratar de desbrozar, a cincuenta años de la muerte de Trujillo, los intríngulis de aquella Era, es una proeza descomunal. La ley de la omerta rigió, y sigue rigiendo hasta hoy, a los protagonistas de la Era. Los documentos que los historiadores han dado a la luz en las distintas obras que han publicado son los más inofensivos, y los que la Era y sus funcionarios –desde Trujillo hasta su más insignificante corresponsal– firmaron e hicieron del dominio público. Escondidos en los cerebros que ya murieron, en los que aún viven y en los archivos secretos de las Cancillerías extranjeras a través de los informes de su respectiva embajada o consulado reposan durmiendo el sueño eterno los documentos que los embajadores y cónsules remitieron para la toma de decisiones políticas de su país. Durante 31 años no se cansaron de rendir informes a su Cancillería.

Pero la historia oral de todos los asesinatos políticos de la dictadura, los cables cifrados ordenando la muerte de un opositor en el país o el extranjero, la vida sexual desenfrenada de Trujillo y sus familiares, los casos de incesto entre los Trujillo, las mujeres que ellos les quitaron a los esposos y las vejaciones a que les sometieron, el despojo de las propiedades ajenas para beneficio de Trujillo, sus familiares y amigos, las palabras de aquellas órdenes se las llevó el viento y el tiempo, los interrogatorios a los conjurados que quedaron vivos después del 30 de mayo, todo eso yace en el fondo del mar como un archivo titánico. Las depredaciones de Trujillo comenzaron en 1925, no en 1930 con la toma violenta del poder.

Naya Despradel se dio como meta descubrir la verdad en torno a las muertes de los miembros de la joven pareja formada por el teniente Jean Awad Canaán y Pilar (Pachi) Báez Perelló, esta última hija de uno de los hombres de más confianza de Trujillo: Miguel Ángel Báez Díaz y su esposa Aída Perelló de Báez.

Durante cincuenta años se tejió la leyenda de que Pachi Báez de Awad, del entorno íntimo de Angelita Trujillo, había sido mandada a la muerte durante la labor de parto en la clínica Abreu en enero de 1960, ya que según el rumor la hija mimada del Jefe estaba enamorada del teniente de la Fuerza Aérea Dominicana. Como se vivía en una dictadura que controlaba absolutamente la prensa, el pensamiento y los estómagos de la gente, todo hecho raro de muerte, desaparición de alguien el rumo, como mecanismo de defensa, tendía a culpar a la dictadura de cualquier desaguisado que pudiera tener color político.

Lo mismo ocurrió con la muerte del segundo teniente Jean Awad Canaán, quien según todos los indicios y los testimonios orales de Lorenzo Sención Silverio, compañero de armas y amigo de la víctima, y del pelotero Manuel Valenzuela, se trató de un accidente casual, ya que el conductor, dada la oscuridad de la noche, se estrelló contra un camión estacionado en un curva, mientras el chofer de este vehículo se tomaba un café en una vivienda contigua a la carretera.

Desde el momento en que salió publicada en la prensa la noticia del accidente, ocurrido el 30 de noviembre de 1960, quienes éramos desafectos al régimen concluimos que se trataba de otro asesinato como el de las hermanas Mirabal o el de Marrero Aristy. Los lectores comprenderán que este era el único mecanismo de defensa frente a la dictadura, ya que era un peligro ponerse a preguntar y menos a indagar cómo había muerto Fulano de Tal. Y en el mundo oficial de la dictadura, ¿quién iba a ponerse a especular sobre esa muerte si el padrino de la boda de Jean Awad y Pilar habían sido los mismísimos esposos Trujillo Molina-Martínez Alba?
Y ese es el hallazgo de la investigación emprendida por Naya Despradel: demostrar que tanto la muerte de Pilar Báez en la sala de parto como el de su esposo Jean Awad fueron accidentes fortuitos. Y hasta ahí está bien la investigación.

Pero en historia, como en culquier otra disciplina, no hay verdad absoluta, sino relativa, de época y cultural. Es más, es más higiénico metodológicamente asumir que en toda disciplina no hay verdad, sino puntos de vistas. Así se corre menos riesgo de equivocarse. Desde que el hombre tuvo uso de razón se creyó como verdad absoluta que el sol giraba en torno a la tierra y los demás planetas. Copérnico demostró lo que sabemos hoy. Y Colón, con la práctica mostro que la tierra era redonda y no plana. Antes de 1492 a usted lo podían quemar en la hoguera si sostenía que la tierra era redonda, y peor aún, si sostenía que la tierra se movía, como lo demostró Galileo, o que la sangre circula en el cuerpo, como lo demostró Servet.



Yo me rijo, en este y otros menesteres científicos y humanísticos, por la divisa del pensador alemán Bernard Groethuysen en su libro “Mitos y retratos”: “Que toda respuesta encuentre la pregunta que la destruya”.
Digo que hasta el momento en que escribo, el punto de vista verdad relativa de Naya Despradel es relativo. Porque en la era de Trujillo todo era secreto, ultrasecreto, la razón de Estado y la razón política lo pautaban todo, la vida pública y la vida privada. Y hoy todo lo que sucedió de denigrante en la era de Trujillo está sepultado en el silencio. Incluso hoy se mal que quienes fueron antitrujillistas, expongan sus ideas en público o en la prensa o en libros.

Y, para concluir, no todo está dicho sobre lo político en el caso de Jean Awad Canaán. El testimonio de Antonio García Vásquez, revista Ecos 7 (1999:57-97) sobre la conjura del 30 de mayo para eliminar a Trujillo es clave con respecto a las figuras de Miguel Ángel Báez Díaz y Jean Awad. Y este testimonio no lo veo como manipulación, pues fue escrito en 1963, en Madrid, alejado de las pasiones de Santo Domingo. E incluso García Vásquez admite como accidental la muerte de Awad y la de Pilar la califica como “muerta a consecuencias del parto” (Ibíd.)

Pero en la página 67 describe el involucramiento Miguel Ángel Báez Díaz: “En los meses finales del año 1960 conocía sólo como participantes en el complot, además de a Antonio de la Maza, sus hermanos Mario, Ernesto y Bolívar de la Maza, [a] Juan Tomás Díaz, a Miguel Angel Báez Díaz y a Pedro Livio Cedeño. Sí notaba que Modesto Díaz, hermano de Juan Tomás, de algo estaba enterado.”
Y del involucramiento de Jean Awad Canaán en la conjura informa: “Un día De la Maza me llamó y me dijo: “Hay que punchar al viejo; Juan Tomás. He estado hablando con Jean Awad Canaán –oficial de la Aviación Militar Dominicana, quien había vivido en Restauración– “y por ese lado sí creo que cuajará este negocio.”

García Vásquez, miembro activo de la conjura por su lazo familiar con De la Maza sigue explicando la actitud y las acciones del yerno de Báez Díaz, metido hasta el tuétano en la conspiración, la cual fue un asunto de vergüenza y dignidad familiar: “Durante el desempelo de sus funciones como oficial destinado en Restauración Awad Canaán, quizás en provecho de las especiales condiciones de la frontera, aislado de toda relación social, pasaba largas horas en casa de De la Maza y, allí, vinieron las confidencias. Luego de la muerte de la señor [Awad] Cannaán, o sea de Pilar Báez [Perelló] Díaz (sic) aquel quedó prestando servicios en la Fuerza Aérea Dominicana (FAD), a la que había sido trasladado. Fue cuando llevó una ametralladora a la casa de Báez Díaz y entregó una pistola calibre 45 a Antonio de la Maza.” (pp. 67-80).

Y finaliza su relato sobre Awad de esta manera: “La muerte accidental de Awad Canaán echó por tierra un plan en el que se debía usar mi vehículo Opel Caravan, por la comodidad que para los propósitos y uso de las armas significaba el hecho de poderse abrir su compuerta posterior, dejando un ángulo de tiro perfecto. Temerosos de que se trata de un develamiento(sic), quedamos quietos por algunos días. Por cierto, que se presentó una difícil situación para la devolución de la ametralladora, que al fin fue superada.” (p. 68).

De los detalles de la conspiración y de los nombres de los participantes tuvo Trujillo conocimiento directo a través del informe que le suministró Johnny Abbes. Pero Trujillo, como decía Marco Aurelio, no podía matar a sus matadores y desestimó el informe de Abbes porque nunca creyó que la familia Díaz fuera capaz de traición, pero de quien sí se cuidó fue de Antonio de la Maza, tal como dice García Vásquez, que hubo que hacer maravillas con Pilo Santelises para que De la Maza volviera a sus aserraderos, pues Trujillo inquirió qué hacía tanto tiempo en la Capital y no estaba en Restauración. De la Maza duró una semana para aparentar que no estaba en nada, sino que estaba en la ciudad capital en tratamiento médico de los riñones y del corazón. Una semana después Trujillo era cadáver. Ningún príncipe puede asesinar a su sucesor. Tenía Marco Aurelio en no preocuparse por ese asunto.

Es difícil creer que el padrino de bodas de Jean Awad no supiera en qué pasos andaba su ahijado. ¿Y Johnny Abbes, lo sabía? ¿Y Pechito y Angelita lo sabían? Quizá Pechito, pero Angelita, lo dudo. Esas cosas no se les trataban a las mujeres en la Era de Trujillo. Además era una niña de 21 años en 1960. Ahora se les abre un nuevo capítulo a los historiadores dominicanos.

viernes, 1 de junio de 2012

SEGUNDO MANIFIESTO DE LA POÉTICA


La noción de “ritmo” en su expresión Lingüística[1]

Un ensayo de ÉMILE BENVENISTE
(Primera parte)

1
Puede ser la tarea de una psicología de los movimientos y los gestos, la de estudiar paralelamente los términos que los denotan y los psiquismos que los ordenan, es decir, el sentido inherente a los términos y las representaciones a menudo muy diferentes que despiertan. La noción de “ritmo” es una de las que atraviesan una amplia porción de las actividades humanas. Quizá sirva tal noción para caracterizar distintivamente los comportamientos humanos, individuales y colectivos, en la medida en que adquirimos conciencia de las duraciones y sucesiones que los ordenan y también cuando, por encima del orden humano, proyectamos un ritmo en las cosas y los acontecimientos. Esa vasta unificación del ser humano y la naturaleza desde una consideración de “tiempo”, intervalos y retornos semejantes, ha tenido como condición el uso de la palabra misma, la generalización, en el vocabulario del pensamiento occidental moderno, del término ritmo que, a través del latín, nos viene del griego.

2
En griego mismo, donde ρυθμός designa en efecto el ritmo, ¿de dónde deriva la noción y qué significa en propiedad? La respuesta está dada idénticamente por todos los diccionarios: ρυθμός es el abstracto de ρειν, “correr”, el sentido de la palabra, dice Boisacq, ha sido tomado como préstamo a los movimientos regulares de los flujos. Esto es lo que se enseñaba hace más de un siglo, cuando surgió de la gramática comparada, y es lo que se repite todavía. Y, en efecto, ¿existe algo más simple y más satisfactorio? El ser humano ha aprendido de la naturaleza los principios de las cosas. El movimiento de los flujos hizo que naciera en su espíritu la idea de ritmo y ese descubrimiento primordial está inscrito en el término mismo.

3
No existe dificultad morfológica en relacionar ρυθμός con ρειν, en virtud de una derivación de la cual tendremos que considerar el detalle. Sin embargo, el enlace semántico que se establece entre “ritmo” y “correr”, por mediación del “movimiento regular de los flujos”, se revela a simple vista imposible al primer examen. Basta con observar que ρέω y sus derivados nominales (ρεΰμα, ροη, ρόος, ρυάς, ρυτός, etc.) indican exclusivamente la noción de “correr”. Sin embargo, el mar no “corre”. Del mar, jamás se dice ρειν y, por otra parte, ρυθμός no es empleado nunca para referirse al movimiento de los flujos. Son otros términos completamente diferentes los que designan ese movimiento: άμπωτις, ρακΐα, πλημυρΐς, σαλεΰειν. Al contrario, solamente el río y el arroyo corren (ρεΐ); ahora bien, una corriente de agua no tiene “ritmo”. Si ρυθμός significa “flujo, corriente”, no se entiende cómo tomó el valor propio a la palabra “ritmo”. Existe contradicción entre el sentido de ρειν y el de ρυθμός, y la dificultad no se resuelve al imaginar –lo que es pura invención– que ρυθμός ha podido describir el movimiento de los flujos. Mucho mejor: ρυθμός, en sus más antiguos usos no se refiere al agua que corre, e incluso no significa “ritmo”. Toda esa interpretación descansa en datos inexactos.

4
Es necesario, para restaurar una historia que ha sido menos simple, y que es también más instructiva, comenzar por fundar la significación auténtica de la palabra ρυθμός y describir el uso en sus comienzos, los cuales se remontan a muy lejos. El término ritmo está ausente de los poemas homéricos. Se lo encuentra sobre todo en los autores jónicos y en la poesía lírica y trágica, luego en la prosa ática, sobre todo en los filósofos .[2]

5
Es en el vocabulario de la antigua filosofía jónica donde captaremos el valor específico de ρυθμός, y muy particularmente en los creadores del atomismo, Leucipo y Demócrito. Estos filósofos hicieron de ρυθμός (ρυσμός)[3] , un término técnico, una de las palabras claves de su doctrina, y Aristóteles, gracias a quien nos han llegado varias citas de Demócrito, nos trasmitió la significación exacta. Según él, las relaciones fundamentales entre los cuerpos se establecen por sus diferencias mutuas, y esas diferencias se reducen a tres: ρυθμός, διαθιγή y τροπή, las cuales Aristóteles interpreta sí: διαφέρειν νάρ φασι τό όν ρυσμώ καί διαθιγή καί τροπή τούτων δ’ό μέν ρυσμός σχήμά έστιν, ή δή διαθιγή: “Las cosas difieren por ρυσμός, la διαθιγή y la τροπή; el ρυσμός es el σχήμα (“forma”); la διαθιγή (“contacto”) es la ταζις (“orden”) y la τροπή (“giro”) es la θέσις, “posición” (Metafísica, 985 b 4). Se desprende de este texto importantre que ρυσμός significa σχήμα (“forma”), lo que Aristóteles confirma, en la continuación de ese pasaje, por un ejemplo que toma prestado a Leucipo. El Etagirista ilustra esas tres nociones aplicándolas respectivamente a la “forma”, al “orden” y a la “posición” de las letras del alfabeto[4] : A difiere de N por el σχήμα (o ρυσμός), AN difiere de NA por la ταζις y la I difiere de la H por la θέσις.

6
Retengamos de esta cita que ρυσμός tiene como equivalente a σχήμα. Entre A y N, la diferencia es, en efecto, de “forma” o de “configuración”: dos trazos son idénticos, el tercero, que es A, difiere solo, al ser interno en A y externo en N. Demócrito usa siempre ρυθμός[5] con el sentido de “forma”. Él escribió un tratado Περί τών διαφερόντών ρυθμων, lo cual significa “acerca de la variedad de forma (de los átomos)”. Su doctrina enseñaba que el agua y el aire ρυθμώ διαφέρειν son diferentes por la forma que adoptan sus átomos constitutivos. Otra cita de Demócrito demuestra que aplicaba también ρυθμός a la “forma” de las instituciones: ούδεία ηχανή τώ νύν κθεστώτι ρυθμώ μή ούκ άδικεν τούς άρκοντας, “no hay medio de impedir que, en la forma (de constitución) actual, los gobernantes no cometan injusticia”. Del mismo sentido proceden los verbos ρυσμώ, μεταρρυσμώ, μεταρρυσμίζςω, “formar” o “transformar”, en lo físico o lo moral: άνοήμονες ρυσμούνται τοϊς τής τύχης κέρδεσιν, οί δέ τών τοιώνδε δαήμονες τοϊς τής σοφίης, “los tontos se forman por las ganancias de la suerte, pero quienes conocen (lo que valen) esas ganancias, por las de la sabiduría”; ή διδαχή μεταρυσμοϊ τόν ανθρων, “la educación transforma al ser humano”; άνάγκη… τά άχήματα μεταρρυθμίζεσθαι, “es muy necesario que los σχήματα cambien de forma (para pasar de lo anguloso a lo redondo)”. Demócrito emplea también el adjetivo έπιρρύσμος cuyo significado puede ahora rectificarse; ni “corriente, que se expande (Bailly) ni “adventitiuus” (Liddell-Scott), sino “dotado de una forma”; έεή ούδέν ϊσμεν περίούδενός, άλλ’ έπιρρυσμίν άστοισιν ή δόξις, “no sabemos nada en verdad acerca de nada, pero cada cual da una forma a su creencia” (en ausencia de conocimiento acerca de algo, cada cual se fabrica una opinión acerca de ese algo.

7
No existe pues ninguna variación, ninguna ambigüedad en la significación que Demócrito asigna a ρυθμός, la cual es siempre “forma”, entendiendo por esto la forma distintiva, el arreglo característico de las partes de un todo. Establecido este punto, no hay ninguna dificultad en confirmarlo por la totalidad de los ejemplos antiguos. Consideremos primero la palabra en la prosa jónica. La encontramos una vez en Herodoto (V, 58), al mismo tiempo que el verbo μεαρρυθμίζω, en un pasaje particularmente interesante porque trata de la “forma” de las letras del alfabeto: “(los griegos tomaron prestado a los fenicios las letras de su escritura;”) μεταά δέ χρόν προβίνοντος άμα τή φωνή μεέβλον καί τόν ρυθμόν τών γραμμάτων, “a medida que el tiempo pasaba, al mismo tiempo que cambiaban de idioma, los cadmeos cambiaron también la forma (ρυθμός) de los caracteres”; οίoí παραλαβοντες (“Іωνες) διδαχή παρά τών Фοινκων τά γράμματα, μεταρρυθμίσαντές ςφεων όλίγα έχρέωντο, “los jonios tomaron prestado, por medio de aprendizaje, las letras a los fenicios y las emplearon luego de haberlas transformado un poco (μεταρρυθίσαντές)”. No es un azar si Herodoto emplea ru0mós, por la forma de las letras casi para la misma época en que Leucipo, lo vimos, definía esa palabra sirviéndose justamente del mismo ejemplo. Es la prueba de una traducción más antigua todavía, que aplicaba ru0mós a la configuración de los signos de la escritura. La palabra permaneció en su uso en los autores del Corpus hipocrático, y en el mismo sentido. Uno de ellos prescribe, para el tratamiento del zopo, que se emplee un pequeño zapato de plomo “de la forma de los crépidos de Quíos” (οίον αί χίαι κρηπίδες ρυμόν είχον)[6]. De ρυθμός se derivan los compuestos όμόρρυσμος, όμόιόρρυμός, “de igual forma”, όμορρυσμίν, “semejanza” (Hpc., 915 h, 916 b). εύρρυσμός, “de forma bella, elegante”, etc.

8
Si consultamos a los poetas líricos, es aún más temprano, desde el siglo VII, que vemos aparecer ρυσμός. Está tomado, como σχήμα o τρόπος, para definir la “forma” individual y distintiva del carácter humano. “No te vanaglories de tus victorias en público, aconsejo Arquíloco, y no te derrumbes en tu casa a llorar tus derrotas; alégrate de todo lo que sea motivo de júbilo y no te irrites demasiado con las desgracias, γίγνωσκε δ’ οίος ρυθμός άνθρώπους έχει, aprende a conocer las disposiciones que tienen los seres humanos” (II, 400, Bergk. En Anacreonte, los ρυσμοί son también las “formas” particulares del humor y el carácter: έγώ δέ μισέω πάντας όσοι σκολιούς έχουσι ρυσμούς καί χαλεπούς (frag. 74, 4), y Teognis cuenta el ρυθμός entre los rasgos distintivos del ser humano: μήποτ’ έπαινήσης πρίν άν είδής ςνδρα σαφηνώς όργήν καί ρυθμόν καί τρόπον όντιν’ έχει, “no alabes nunca a un hombre antes de conocer claramente sus sentimientos, sus disposiciones (ρυσμός), su carácter” (964). Traigamos a Teócrito: ‘Аυτονόας ρυθμός ωύτος, “la actitud de Autonoe fue la misma” (XXVI, 23).

9
En los trágicos, ρυθπμός y los verbos derivados guardan constantemente el mismo sentido que en todos los textos ya citados: έν τριγώνοις ρυθμόϊς, “de forma triangular”, en un fragmento de Esquilo (fragm. 78, N2); νηλεώς ώλ’ έρρύθμισμαι, “un sino implacable ha hecho mi forma (: mi carácter) actual” (Prometeo, 243); πόρον μετερρύθμιζε, “(Jerjes, en su demencia,) pretendía transformar un estrecho” (Persas, 747); μονορρύθμοι δόμοι, “una estancia dispuesta para una sola persona” (Suplicantes, 961) . Muy instructivo es el empleo de ρυθμίζω en Sófocles (Antígona, 318: al guardián a quien ordena que se calle porque su voz le hace sufrir y que le pide: “¿Es a los oídos o en tu alma que mi voz te hace sufrir?”, Creón responde: τί δέ ρυθμίζεις τήν έμήν λύπην όπου; “¿Por qué ubicas el sitio de mi dolor?” Ese es exactamente el sentido de ρυθμίζω, “dar una forma”, y el copista traduce con razón ρυθμίζειν por σχηματίζειν, λιατοποϋν, “figurar, ubicar”. Eurípides habla de ρυθμός de un vestido, de su “forma” distintiva (ρυθμός πέπλων, Hércules, 130); de la “modalidad” de un asesinato (τρόπος καί ρυθμός φόνου, Electra, 772); de la “marca distintiva” del duelo (ρυθμός κακών, Suplicantes, 94); él emplea εύρρθμως, “de forma conveniente”, para el arreglo de una cama” (Cíclades, 563 y άρρυθμος, por una pasión “desproporcionada” (Hipias, 529).

10
Ese sentido de ρυθμός persiste en la prosa ática del siglo V. Jenofonte (Memoria, III, 10, 10) hace del ρυθμός “lo que tiene proporción”, la calidad de una bella coraza, que él califica de ευρυθμος, “de forma bella”. En Platón, sacamos, entre otros, el ρυθμός, la “disposición proporcionada” entre la opulencia y la carencia (Leyes, 728 e), y expresiones como ρυθμίζειν τά παιδικά, “formar un joven favorito” (Fedro, 253 b), μεταρυθμίζεσθαι, “reproducir la forma”, al hablar de las imágenes que los espejos devuelven (Timeo, 46 a); en Jenofonte (Economía, XI, 2, 3), ese mismo verbo μεταρυθμίζειν significa en el plano moral “reformar (el carácter)”. Y Aristóteles mismo forja άρρύθμίστος, “irreductible a una forma, desorganizado” (Metafísica, 1014 b 27).

11
Hay que limitar aquí esta lista más o menos exhaustiva de ejemplos. Las citas bastan para establecer ampliamente: 1º que ρυθμός no significa nunca “ritmo” desde el origen hasta el período ático; 2º que no es aplicado nunca al movimiento regular de los flujos; 3º que el sentido constante es “forma distintiva”; figura proporcionada, disposición”, además de las condiciones de empleo más diversas.[7] De igual modo, los derivados o compuestos, nominales o verbales de ρυθμός se refieren únicamente a la noción de “forma”. Tal ha sido la significación exclusiva de ρυθμός en todos los géneros de escritos hasta la época en que detuvimos nuestras citas.

12
Establecido este sentido, se puede y hay que precisarlo. Para “forma”, existen en griego otras expresiones: σχήμα, μορφή, έίδος, etc., de las cuales ru0mós debe, de alguna manera, distinguirse mejor que como lo ha hecho nuestra tradición. La estructura misma de la palabra ρυθμός debe ser interrogada. Podemos ahora volver útilmente a la etimología. El primer sentido, tal como ha sido establecido, parece alejarnos definitivamente de ρεϊν, “correr”, mediante el cual se lo explicaba. Y sin embargo, no abandonaremos a la ligera una comparación morfológicamente satisfactoria; la relación de ρυθμός con ρέω no se presta en sí misma a ninguna objeción. No ha sido la derivación misma lo que hemos criticado, sino el sentido inexacto de ρυθμός inferido de semejante derivación. Ahora podemos, conforme al sentido rectificado, tomar de nuevo el hilo del análisis. La formación en -θμός amerita cuidado en razón del sentido especial que confiere a las palabras “abstractas”. Esta indica, no el realización de la noción, sino la modalidad particular de su realización, tal cual se presenta a la vista. Por ejemplo, όρχησις es el acto9 de bailar, όρχηθμός el baile particular visto en desarrollo; χρήσις es el hecho de consultar un oráculo, χρησμός la respuesta particular obtenida del dios; θέσις es el hecho de plantear, θεσμός la disposición particular; στάσις es el hecho de comportarse, σταθμός la manera de comportarse, de ahí: equilibrio de una balanza, o: estación ocasional, etc. Pero es sobre todo el sentido del radical lo que hay que considerar. Cuando los autores griegos usan ρυθμός por σχήμα, cuando lo traducimos por “forma”, se trata en los dos casos de una aproximación. Entre σχήμα y ρυθμός, hay una diferencia: σχήμα en relación con έχω, “yo (me) comporto” (cf. para la relación del latín habitus: habeo) se define como una “forma” fija, realizada, colocada de alguna manera como un objeto. Al contrario, ρυθμός, de acuerdo con los contextos donde está dado, designada la forma en el instante en que esta es asumida por lo moviente, móvil, fluido, la forma de lo que no tiene consistencia orgánica: conviene al pattern de un elemento fluido, a una letra modelada arbitrariamente, a un peplo que uno arregla a su modo, a la disposición particular del carácter o del humor. Es la forma improvisada, momentánea, modificable. Ahora bien, ρεϊν es el predicado esencial de la naturaleza y las cosas en la filosofía jónica desde Heráclito, y Demócrito pensaba que, como los átomos lo producían todo, sólo su orden diferente produce la diferencia de las formas y los objetos. Se puede ahora comprender que ρυθμός, que significa literalmente “forma particular de fluir” , haya sido el término más apropiado para describir “disposiciones” o “configuraciones” sin fijación ni necesidad natural y que resulta de un ordenamiento siempre sujeto a cambios. La elección de un derivado de ρεϊν para expresar esa modalidad específica de la “forma” de las cosas es característica de la filosofía que la inspira; es una representación del universo en la cual las configuraciones particulares de lo moviente se definen como “fluencias”. Existe una relación profunda entre el sentido propio del término ρυθμός y la doctrina de la cual este revela una de las nociones más originales.

13
¿Cómo se inserta, entonces, en esta semántica coherente y constante de la “forma”, la noción de “ritmo”? ¿Dónde reside su relación con el concepto propio de ρυθμός ? El problema radica en captar las condiciones que han hecho de ρυθμός la palabra apta para expresar lo que entendemos por “ritmo”. Esas condiciones están ya parcialmente implicadas por la definición planteada arriba. El sentido moderno, que existe también en griego moderno, deriva a priori de una especialización secundaria, el de “forma” al estar documentado solamente hasta mitad del siglo VI. Ese desarrollo es en realidad una creación, a la cual podemos asignar, si no una fecha, al menos una circunstancia. Fue Platón quien precisó la noción de “ritmo”, al delimitar en una acepción nueva el valor tradicional de ρυθμός. Hay que citar los textos principales donde está fijada la noción. En Filebo (17 d), Sócrates insiste en la importancia de los intervalos (διαστήματα), de los cuales hay que conocer los caracteres, las distinciones y las combinaciones si se desea estudiar seriamente la música. “Nuestros precursores, dice él, nos enseñaron a nombrar esas combinaciones con la palabra “armonías” (άρμονίας); έν τέ ταϊς κινήσεσις αϋ τοϋ σώματοςs έτερα τοιαϋτα ένότα πάθη γιγνόμενα, ά δή δι’ άριθμών μετρηθέντα δεϊν αϋ φασί ρυθμύς καί μέτρα έπονομάζειν. “Nos enseñaron también que se producen otras cualidades análogas, inherentes esta vez a los movimientos del cuero, las cuales están sometidas a los números y que hay que llamar ritmos y medidas (ρυθμύς καί μέτρα ). En el Banquete (187 b): ‘Н γάρ άρμονία συμφωνία έστίν συμφωνία δέ όμολογία τις… ώσπερ γε καί ό ρυθμός έκ τοϋ ταχέος καί βραδέος, έκ διενηνεγμένων πρότερον δέ όμολογησάντων γέγονε. “La armonía es una consonancia, la consonancia un acorde… De la misma manera, el ritmo resulta de lo rápido y lo lento, primero opuestos, luego acordados.” Finalmente, en las Leyes (665 a), él enseña que los jóvenes son ruidosos y turbulentos, pero que cierto orden (τάξις), privilegio exclusivamente humano, aparece en sus movimientos: τή δή τής κκινήσως ταξει ρυθμός όνομα είν, τή δ’ αϋ τής φωνής, τοϋ τ’ όξέος άμα καί βαρέος συγκεραμφότερον, άρμονία όνομα προσαγορεύοιτο χορεία δή τό ξυναμφότερον κληθείη. “Este orden en el movimiento ha recibido precisamente el nombre de ritmo, mientras que se llama armonía al orden de la voz donde el agudo y el grave se funden, y donde la unión de las dos voces se llama arte coral.”

14
Se ve cómo esta definición procede del sentido tradicional y cómo también lo modifica. Platón usa todavía ρυθμός en el sentido de “forma distintiva, disposición, proporción”. Él innova al aplicarlo a la forma del movimiento que el cuerpo humana realiza en el baile, y a la disposición de las figuras en las cuales ese movimiento se lleva a cabo. La circunstancia decisiva está ahí, en la noción de un ρυθμός corporal asociado al μέτρον y subordinado a la ley de los números; esa “forma” está determinada de ahora en adelante por una “medida” y subordinada a un orden. He ahí el sentido nuevo de ρυθμός: la “disposición” (sentido propio de la palabra) está constituida en Platón por una secuencia ordenada de movimientos lentos y rápidos, de igual manera que la “armonía” es el resultado de la alternancia de lo agudo y lo grave. Y de ahora en adelante se llama ρυθμός al orden en el movimiento y al proceso completo de ordenamiento armonioso de las actividades corporales combinado con un metro. Se puede entonces hablar del “ritmo” de una danza, de un caminar, de un canto, de una dicción, de un trabajo y de todo lo que supone una actividad continua descompuesta por el metro en tiempos alternados. La noción de ritmo está fijada. A partir del ρυθμός, configuración especial definida por el arreglo y la proporción distintivas de los elementos, se alcanza el “ritmo”, configuración de los movimientos ordenados en la duración: πάς ρυθμός ώρισμένη μετρεϊται κινήσει, “todo ritmo se mide por un movimiento definido” (Aristóteles, Problemas, 882 b 2).

15
La historia esbozada aquí ayudará a apreciar la complejidad de las condiciones lingüísticas de donde ha sido desgajada la noción de “ritmo”. Estamos bastante lejos de las representaciones simplistas que una etimología superficial sugería. No fue contemplando el juego de las olas en la ribera que el heleno primitivo descubrió el “ritmo”; somos nosotros quienes, al contrario, metaforizamos hoy cuando hablamos del ritmo de los flujos. Ha sido necesaria una larga reflexión sobre la estructura de las cosas, luego una teoría de la medida aplicada a las figuras de la danza y las reflexiones del canto para reconocer y nombrar el principio del movimiento cadenciado. Nada ha sido menos “natural” que esta elaboración lenta, fruto del esfuerzo de los pensadores, de una noción que nos parece tan necesariamente inherente a las formas articuladas del movimiento, aunque nos cuesta trabajo creer que no se haya tenido conciencia desde el origen.


1.Journal de Psicholoigie. 1951. Publicado en Problemas de linguistique génerale I. París: Gallimard, 1971. No fue, increíblemente, incluido en la traducción de Problemas de Lingüística general (dos tomos) de Nicolás Rosa para Siglo XXI de México en 1979. La presente traducción de este ensayo al español fue realizada por Diógenes Céspedes para sus estudiantes de análisis de textos en 1981 y ha recibido modificaciones continuas hasta el día de hoy
2. El Diccionario de Liddell-Scott-Jones, s.v. ρυθμός , suministra la mayor parte de las referencias que han sido utilizadas. Sin embargo, en este las diferentes acepciones de ru0mos están ordenadas más o menos al azar, proceden del sentido de “ritmo” y sin que se discierna el principio de clasificación.
3. Entre ρυθμός y ρυσμός , la diferencia es solamente dialectal; es ρυσμός la que predomina en jónico. Existen muchos ejemplos de la coexistencia de -θμος y –σμός: Cfr. En dórico, τεθμός, homónimo de τεσμος; βαθμός y βασμός, etc.
4. Esas observaciones valen para la forma de las letras en los alfabetos arcaicos, los cuales no podemos reproducir aquí. Una I es en efecto una H vertical.
5. Las citas de Demócrito que vienen a continuación podrán ser ubicadas fácilmente en Diels-Kranz, Vorsokratiker, II.–Los presocráticos, II).
6. De art., IV, 226, Littré.
7. Otro ejemplo de ρυθμός en Esquilo, Coéforas, 797, en contexto muy alterado, es inutilizable.