sábado, 18 de agosto de 2012

CUARTO MANIFIESTO. La existencia histórica de Jesús




Por Charles Guignebert

EL NOMBRE: JESÚS NAZARENO

I. El problema

§ 1

Una vez admitida la existencia histórica de Jesús, nos enfrentamos con el problema que plantea su nombre: Jesús Nazareno. Si nos remitimos a nuestros evangelistas, su nombre propiamente dicho era Jesús, y Nazareno no representaba, bajo la forma de una especie de sobrenombre, otra cosa que la indicación de su lugar de origen, ya que no de su nacimiento: Jesús procedía de Nazaret. La cosa es bien sencilla. En realidad, nos sentimos inclinados a sospechar que lo es demasiado, al recordar que los antiguos, en general y los antiguos judíos en particular, atribuían al nombre de los hombres y de las cosas un valor a la vez metafísico, místico y mágico, suponiéndose que en él se expresaba su fuerza, su virtud, su fuerza, su virtud virtus, dynamis) propia. El nombre de un dios, por ejemplo, el verdadero, aquel cuya revelación aportaba el conocimiento (gnosis) al iniciado o al fiel, se suponía que encerraba, por decirlo así, la esencia de su ser divino. He aquí los términos en que un devoto de Poimandrés, dios sincretista heleno-egipcio, se dirige a Hermes: “Sé tu nombre, que procede del cielo; conozco también tus formas diversas… Te sé, Hermes, y tú a mí; yo soy tú y tú eres yo.” Igualmente, la Biblia advierte a veces que es el propio Dios quien ha elegido de antemano el nombre que han de llevar los personajes a quienes destina para desempeñar un gran papel. Así lo ha hecho con Ismael (Génesis, XVI, II), y con Isaac (Génesis, XVII, 19). Josefo (Antigüedades, II, IX, 5) nos dice lo que hizo igualmente con Moisés, y el Rabí Eliezer sabe que “seis personajes recibieron su nombre antes de su nacimiento; son éstos Isaac, Ismael, Moisés, nuestro legislador, Salomón, Josías y el nombre del Mesías”. Y no se ignora, por otra parte, que comúnmente se suponía, aun fuera de Israel, que el nombre de Yahvé encerraba un poder tal que los paganos lo utilizaban con confianza en sus encantamientos mágicos. En Israel, era por sí mismo objeto de un verdadero culto. Finalmente, los escritos del Nuevo Testamento atestiguan repetidas veces el poder del nombre del Señor Jesús. Me limitaré a citar aquí un texto, famoso por lo demás entre todos: el que se contiene en la Epístola a los Filipenses, II, 9-10. Pablo acaba de recordar que el Señor se mostró obediente a Dios hasta la muerte, y agrega: “Por lo cual, Dios también le ensalzó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y en los infiernos.” En otros términos, el nombre de Jesús tiene un poder propio sobre la creación entera, y los espíritus del mundo, los que mandan en los elementos y en los astros, se inclinan en cuanto lo oyen.
Estas consideraciones, que no desarrollo, porque volveremos a encontrarlas, bastan para ponernos en guardia contra una interpretación puramente humana, trivial y vulgar, del nombre de Jesús Nazareno. La opinión que parece razonable y verosímil, por poco que se reflexione en ella, es la de que los primeros fieles de Cristo, aquellos que, precisamente, reconocieron que era Cristo= el Mesías, lo designaron con un nombre que le colocaba por encima de la humanidad y expresaba su cualidad divina. Así es como Pablo entiende Jesús, y si los Evangelistas –quiero decir los redactores cuya obra ha llegado hasta nosotros– no parecen entenderlo de igual modo, tal vez sea porque proceden de unos medios en los cuales se ha perdido el sentido del arameo.

§ 2

II. Jesús Nazareno

El griego ‘Іησοϋς, que nos dan nuestros Evangelios y Pablo, no es sino una transcripción de la forma hebraica postexiliana Jeschuah, derivada a su vez de una forma más antigua, Jehoschhuá o Joschuá, que expresamos por Josué. En la Biblia griega, Joschuá (Éxodo, XVII, 10), Jehoschuá (Éxodo, III, 1) y Jeschuá (Nehemías, VII, 7; VIII, 7; Viii, 17) se expresan uniformemente por ‘Іησοϋς. El viejo nombre, durante largo tiempo abandonado, reaparece, en su forma nueva, hacia 340 y se hace muy corriente en las proximidades de nuestra era. Su sentido primero y etimológico es Yahvé es socorro, o el Socorro de Yahvé. Hay que convenir en que para un profeta, para un portador del Espíritu Santo, se trata de un nombre predestinado. Advirtamos que tal es la opinión de los redactores de Mateo y de Lucas, quienes, uno y otro, hacen remontar la elección de este nombre a la voluntad de Dios y lo relacionan con la obra divina que debe realizar quien lo lleva. Es también digno de notarse que, habiendo recordado Mateo, I, 23, para aplicárselo a Jesús, el pasaje de Isaías, VII, 14, en el que se anuncia el nacimiento de un niño milagroso que ha de llamarse Emmanuel (Dios está con nosotros), no se asombra de la orden divina que impone al hijo de María un nombre distinto al de Emmanuel. Quiere decir que, en su opinión, Jesús y Emmanuel son equivalentes.

§ 3
En verdad, se puede argumentar con el texto de Mateo que acabo de citar, para sostener que los padres de Cristo le llamaron Jesús cuando nació; de no ser así, ¿por qué sus fieles no hubieran tratado de hacerle una aplicación más inmediata de la profecía, llamándole Emmanuel mejor que Jesús? Basta, por desgracia, para deshacer este argumento, con pensar que no se imaginó inmediatamente entre los cristianos el uso que se podía hacer del texto de Isaías y que parece casi seguro que el nombre de Jesús estuviese fijado antes por el uso, como propio del Mesías, del Sóter, y, en Pablo, del gran Obrero de las obras de dios.

§ 4
La explicación del sobrenombre de Nazareno ofrece las mayores dificultades. Los redactores evangélicos cuya obra ha llegado hasta nosotros, creían ciertamente que Jesús el Nazareno (ό Ναζωραίος o ό Νζαρηνος) era Jesús de Nazaret. Leemos en Mateo, II, 23, que a su vuelta de Egipto, los padres de Jesús fueron a habitar en “una ciudad llamada Nazaret, a fin de que se cumpliese lo que había sido anunciado por los profetas: que sería llamado Nazareno” (Ναζωραίος). Lucas, I, 26, nos representa Nazaret como el lugar en que habitaban José y María. De él parten para ir a empadronarse en Belén, y a él vuelven después de la Natividad; es su ciudad (Lucas, II, 39: πόλις έάυτών). Sería fácil multiplicar las citas de igual sentido. La afirmación de nuestros cuatro Evangelistas es tan clara que ha merecido hasta nuestros días el asentimiento de la casi totalidad de los comentaristas y de los historiadores. Existe hoy en Galilea un pueblecillo que se llama Nazaret; está situado “en un pliegue del terreno ampliamente abierto en la cima del grupo de montañas que cierra al norte la llanura de Esdractón” (Renan), y cuenta de tres a cuatro mil habitantes. ¿No parece natural creer que es de este pueblo del que se trata en nuestros textos evangélicos? La mayor parte de los críticos de hoy día lo cree así, en efecto. Y sin embargo, no ha mucho se suscitaron serias dudas, que es imposible pasar por alto ya sin un examen y que parece, incluso, ganar rápidamente terreno en el dominio de la exégesis.
§ 5
Una primera observación bastante inquietante se impone al erudito: en ningún texto antiguo, pagano o judío, se menciona Nazaret. Prescindiremos sin dificultad de los escritos p0aganos, porque si el pueblecillo galileo no desempeñó un papel importante en las revueltas judías y si no atrajo a los colonos griegos o romanos, la obscuridad que le rodea no tiene por qué sorprendernos. No sucede lo mismo con los textos judíos. Ahora bien, no encontramos el nombre de Nazaret ni en la Biblia, ni en la literatura talmúdica, ni en los libros de Josefo, pese a su gran conocimiento de las cosas de Galilea, país del cual nos enumera una gran cantidad de ciudades y de pueblos.

§ 6
Solo se puede debilitar la impresión enojosa que produce esta unanimidad en el silencio, pero no se la puede borrar por completo. Naturalmente, los mitólogos la han explotado a fondo y se han esforzado en demostrar que la existencia de Nazaret en tiempos del nacimiento de Jesús no es más que una ficción geográfica. Su argumentación, si no es convincente, tiene por lo menos el mérito de plantear la cuestión y de iluminar sus diversos aspectos.

§ 7
La palabra que nosotros escribimos Nazareno se nos presenta en realidad bajo tres formas bastante diferentes: Nazarenos (Ναζαρηνός), Nazoraios (Ναζωραίος) y Nazarenos (Ναζορηνός).








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