domingo, 24 de marzo de 2013

La tragedia de los grupos culturales en el trujillismo: El Paladión


La tragedia de los grupos culturales en el trujillismo: El Paladión

 Por DIÓGENES CÉSPEDES

 1. Alejandro Paulino Ramos, reconocido investigador dominicano que ha entregado a nuestra sociedad varios libros, solo o en colaboración, actual Subdirector del Archivo General de la Nación, dio a luz dos tomos muy importantes acerca de la historia, desarrollo y fin del grupo cultural y político El Paladión surgido a principio de la primera intervención norteamericana para combatirla y lograr la regeneración del país sumido desde la muerte de Ulises Heureaux en el caos de las dictaduras y los regímenes caudillistas y personalistas que habían hundido a la sociedad en el “atraso” económico, político y cultural. (El Paladión: de la ocupación militar norteamericana a la dictadura de Trujillo, t. I y II. SD: Archivo General de la Nación, 2010.)

Según Paulino Ramos, los dos jefes fundadores del Paladión fueron Carlos Sánchez y Sánchez, el líder y presidente y Francisco Prats Ramírez, el mentor político y segundo a bordo. En torno a estas dos figuras aglutinaron los demás miembros del grupo: Cristián Lugo Lovatón, Rafael Paíno Pichardo, Horacio Read, Manuel Emilio Sánchez y Sánchez, Guillermo González, Julio A. Cuello, Marcos Gómez, Luis Beltrán y Silvestre Avelino Aybar Castellanos. El recopilador de la obra dice que “un segundo grupo ingresó tiempo después: Virgilio Díaz Ordóñez (Ligio Vizardi, su seudónimo literario), Armando Oscar Pacheco, Manuel A. Amiama y Jesús María Troncoso Sánchez.” (p. 31) El recopilador realza el hecho de que “El Paladión fue la más importante organización juvenil, cultural y revolucionaria de la intelectualidad dominicana, entre 1916 y 1931; sus integrantes, al igual que los del Movimiento Postumista y Plus Ultra, procedían de la Escuela Normal hostosiana…” (p.32)

Aunque los dos tomos titulados “El Paladión: de la ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo” se centran únicamente en este grupo cultural, el ensayo que los precede, de la autoría de Paulino Ramos, estudió por implicación, aunque sucintamente, a los demás grupos culturales que surgieron para el mismo período y que sucumbieron ante los embates de una dictadura que arrasó, como un río desbordado, según la imagen creada por Juan Bosch, todos los propósitos democráticos que esos intelectuales venían acariciando desde la fundación de la república, pero que les habían forzado a transarse desde 1844 a 1930 con las combinaciones políticas de cada momento, y el trujillismo no fue una excepción para el grueso de aquella generación, sino para una exigua minoría encabezada por hombres que nunca se inscribieron en el Partido Dominicano, como Enrique Apolinar Henríquez, Viriato Fiallo, Rafael Alburquerque Zayas Bazán, Ángel Liz, Heriberto Núñez, Rufino Martínez y los que engrosaron el exilio desde el mismo año 1930. O sea, que en el texto de Paulino Ramos –la segunda parte será dedicada a la presentación de los textos producidos por los miembros del grupo El Paladión– se toca, aunque someramente, la constitución de los demás grupos que interactuaron en el mismo período, se ofrecen los nombres de tales grupos y los de sus dirigentes y miembros más connotados.

El compilador expone las ideas directrices que les animaban. Algunos ejemplos: los grupos Plus Ultra, Postumista, Acción Cultural, Atenea, Asociación de Jóvenes Dominicanos, Acción Feminista Dominicana, el Ateneo y el grupo ligado a la revista Analectas, dirigidos grupo y publicación por Enrique Apolinar Henríquez. La revista tenía como colaboradores a jóvenes radicales, salidos de El Paladión que no deseaban colaborar con la dictadura y esperaban un desenlace del trujillismo antes de las elecciones de mayo de 1934. Pero como todas las conspiraciones para matar a Trujillo fueron debeladas, esa juventud excepcional se recluyó durante 30 años en su casa y la que era mayoría entró, por grado o por fuerza, a colaborar con la dictadura. Jesús María Troncoso Sánchez, postumista, fue uno de esos jóvenes que creyó, junto al grupo de Analectas, que Trujillo no duraría en el poder más allá de 1934, según me reveló en una entrevista que sostuvimos en 1982 (véase mi libro Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX (SD: UASD, 1985, nota 20, p. 49).

Paulino Ramos estudia muy bien el descalabro dominicano del siglo XX y señala la crisis y el caos en que se sumió el país en los primeros quince años que siguieron a la decapitación de la dictadura de Heureaux, de la cual no desligo las consecuencias del empréstito Harmont y la abultada deuda pública con los tenedores de bonos de Nueva York a quienes ningún gobierno pudo pagar al momento de la primera intervención militar norteamericana, realizada con el pretexto de cobrarse dicha deuda, pero que los historiadores y los analistas políticos saben que se debió a designios geopolíticos de expansión de ese imperio, lo que se probó con las ocupaciones de Haití, Nicaragua, Cuba y Puerto Rico, las que abrieron las puertas al control de Centroamérica luego de la creación artificial de la república de Panamá cuyo objetivo fue controlar el canal y su acceso a los océanos Atlántico y Pacífico y con este dominio, asegurarse el monopolio del comercio internacional.

Ese era el panorama de Hispanoamérica y el Caribe en los primeros quince años del siglo XX. Y la ocupación militar norteamericana en nuestro país –señala Paulino Ramos– trajo una ligera bonanza económica que los dominicanos bautizaron como la “danza de los millones”, pero al término de la Primera Guerra Mundial los precios de los artículos de exportación comenzaron a bajar en el mercado internacional. Los grupos criollos de poder económico o de prestigio social que se adhirieron y apoyaron la ocupación militar yanqui, comenzaron a deslindarse tímidamente de los norteamericanos y a pasar poco a poco a sostener posiciones más apegadas a la desocupación, pero sin romper los lazos, como fueron los grupos ligados a Federico Velázquez y Francisco José Peynado. Esos mismos apellidos de poder económico y prestigio social fueron los mismos que apoyaron la segunda intervención militar norteamericana de 1965.

Para 1921 era insostenible la ocupación militar yanqui de nuestro país, consolidada ya la dominación de nuestra economía por el enclave azucarero norteamericano gracias a la violenta desposesión de las tierras del campesinado y de los medianos terratenientes del Este. La potencia imperial inició el proceso de desocupación con la instalación del gobierno provisional de Juan Bautista Vicini Burgos, dictadura comisaria cuyo único encargo era preparar las elecciones de 1924, ganadas por Horacio Vásquez, y con él, la vuelta al desorden del caudillismo, del personalismo y de los partidos tradicionales sin principios ni ética, o sea, el regreso del clientelismo y el patrimonialismo que había sido anestesiado y desarmado durante el período que duró la intervención militar yanqui.

En el lapso de 1917 a 1924 es cuando el grupo El Paladión ejerce su acción en contra de la ocupación yanqui y se vincula internacionalmente a las ideas de época como fueron el arielismo del uruguayo José Enrique Rodó, el americanismo de la raza cósmica del mexicano José Vasconcelos, el socialismo moralista del argentino José Ingenieros, el aprismo populista del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre y la adopción de ciertas ideas confusas acerca del socialismo que acaban de imponer Lenin, Trotski y Stalin, en nombre de Marx y Engels, en la antigua Rusia a partir de octubre de 1917, ahora llamada República de los Soviets y posteriormente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Esas posiciones confusas pueden apreciarse en artículos publicados por Arturo Logroño (mi libro citado, p. 47) o por Vigil Díaz sobre Ricardo Sánchez Lustrino, a quien compara con Bakunín, en la revista postumista El Día Estético o en los libros de apoyo al socialismo de Adalberto Chapuseaux, El porqué del bolshevikismo.

La lectura somera de los textos –muy cortos, y extensos cuando se trata de libros, por cierto– de los miembros de El Paladión recogidos en los dos tomos publicados por Paulino Ramos ilustra a la perfección la confusión mental de los autores, miembros de la pequeña burguesía urbana y de los pequeños burgueses con prestigio social de apellidos de la Capital y algunas provincias importantes. Y se echa de ver por el uso abundante de la retórica decimonónica y el apego a la convenciones sociales y los buenos modales de los discursos paladiónicos, el afán conciliatorio de clase o el revolucionarismo verbal vacuo muy propio de los estudiantes filisteos, como llamaba Max Stirner en su libro “El único y su propiedad” a esta categoría social de los pseudo-revolucionarios.

Todo lo que nace y se desarrolla, muere. Paulino Ramos ofrece el testimonio del final de El Paladión, pero también señala adónde fueron a dar con su vida los miembros del grupo luego de la toma del poder de Trujillo y su dictadura: “De 1930 a 1931 hubo un momento de expectativo silencio en una parte de la intelectualidad dominicana, mientras que otra se integró casi de inmediato al proyecto trujillista; en medio de lo que significó el golpe de Estado contra Horacio Vásquez, la agresiva represión contra los integrantes de la nueva Alianza Nacional-Progresista que intentó oponerse por el voto a los planes del jefe del Ejército, y el impacto inmediato del ciclón de San Zenón, del 3 de septiembre de 1930, la parálisis de los grupos culturales y literarios estaba más que justificada.” (p.77)

Ante esta realidad opresiva, la táctica asumida por El Paladión y otros grupos fue la de fusionarse en una sola entidad, llamada ahora Acción Cultural, constituida el 10 de julio de 1931, con los restos de Atenea y Plus Ultra, cuyos objetivos se limitaban, modestamente, “a celebrar conferencias, propiciar la traída de intelectuales extranjeros, publicar obras literarias, abrir una biblioteca y constituir núcleos por áreas de conocimiento.” (Ibíd.)

Constituida oficialmente la fusión de los tres grupos el 28 de julio de aquel 1931, la directiva provisional unificada con miembros de tales grupos en desbandada quedó presidida provisionalmente por Julio González Herrera, presidente; Manuel Arturo Peña Batlle, vicepresidente; Cristián Lugo Lovatón, secretario; Horacio Read, tesorero y Joaquín Balaguer, Gilberto Sánchez Lustrino, Manuel A. Amiama y Pedro R. Batista, vocales.

Pero la verdadera creación definitiva de Acción Cultural será el 30 de agosto de 1931 en el transcurso de una “asamblea” celebrada en la Universidad de Santo Domingo donde será elegido presidente de la nueva entidad el licenciado Peña Batlle; González Herrera, vicepresidente; Cristián Lugo Lovatón, tesorero y “quedaron como socios directivos de núcleos Jesús María Troncoso, Viriato A. Fiallo, Colombino Henríquez, Juan José Llovet, Luis E. Mena, Enrique de Marchena, hijo, Manuel A. Amiama, Ramón Lugo Lovatón, José Enrique Aybar, Arturo Pellerano Alfau, Gilberto Sánchez Lustrino, Ulises Domínguez, Indalecio Rodríguez y Julio A. Cuello, entre otros.” (p. 78). Señala Paulino Ramos que en la fundación de Acción Cultural no aparecen los siguientes miembros de El Paladión: Carlos Sánchez y Sánchez, Rafael Andrés Brenes y Francisco Prats Ramírez: este último se había aislado del grupo y hacía esfuerzo para publicar su obra El espíritu de la renovación, la que apareció definitivamente en noviembre de 1931.” (Ibíd.)

¿Qué ocurrió con estos tres prestantes directivos de El Paladión? Habrá que investigar el porqué de su conducta, su futuro itinerario político y a partir de cuándo se integrarán al trujillismo, tal como hice con los miembros del Partido Nacionalista, luego de la renuncia de su fundador y presidente Américo Lugo en 1924. (Véase mi libro Política y teoría del futuro Estado nacional dominicano. SD: UASD, 2012 y la segunda edición en Amazon.com). A los miembros de la nueva directiva de Acción Cultural es fácil seguirles la pista hasta la desintegración del grupo en 1931, así como el paso de la mayoría de sus miembros al trujillismo y el de otros, como Peña Batlle, en 1935, tardíamente; y, una excepción memorable: Viriato A. Fiallo. Estos dos últimos venían del Partido Nacionalista de Lugo y, sobre todo Peña Batlle, quien se consideraba abanderado de la doctrina de Lugo acerca de la inexistencia de la nación dominicana a causa de la falta de conciencia política y de la falta de conciencia nacional de los dominicanos.
2. Los miembros de El Paladión: nuestros héroes del siglo XX

La inmensa mayoría de los miembros de los grupos de intelectuales que propugnaron por los postulados de una sociedad democrática desde principio de siglo XX hasta el 16 de mayo de 1930, pero que se plegaron al ventarrón de la dictadura de Rafael Trujillo no pudieron vivir, desde ese instante, fuera del presupuesto público.

El lema de su trepadurismo en el trujillismo fue: Prohibido estar abajo. O, más vulgarmente: Prohibido joderse. Hoy, por hipocresía, nadie, en el gobierno o la oposición, suscribe en público esa consigna, aunque esté cien por ciento de acuerdo con ella y que tal lema sea el guion de vida del 99 % de los inscritos en el padrón electoral con derecho a voto y que sufragan por los partidos clientelistas-patrimonialistas vigentes en nuestro país. Ese 99% de votantes alimenta el clientelismo y el patrimonialismo que se nutre a su vez de nuestra falta de conciencia política y de conciencia nacional.


 


 Luego de la caída de la dictadura, esos intelectuales partidarios del lema de “prohibido estar abajo”, ayudaron a acabar con la democracia representativa y, como su inteligencia no les dio para más, no realizaron ningún esfuerzo para ponerse al día y colocar a su país a tono con las ideas y transformaciones culturales, literarias, sociológicas, científicas, filosóficas, lingüísticas, antropológico-culturales, económicas y teórico-políticas que entre 1901 y 1961 se debatieron en el plano internacional con las obras y el pensamiento de Max Weber, Economía y sociedad [1921] y La ética protestante y el espíritu del capitalismo[1905]; Georg Simmel, Sociología. Estudios sobre las formas de socialización [1908], Cultura femenina y otros ensayos [1910-11], Filosofía del dinero [1910], Los problemas fundamentales de la filosofía [1910] y Cultura y filosofía [1911], Karl Kausky, Las doctrinas económicas de Carlos Marx [1887], La concepción materialista de la historia [1906]; Jean Jaurès, Historia socialista de la Revolución Francesa [1901-17]; Charles Guignebert, Manual de historia antigua del cristianismo: los orígenes, [1907], El problema de Jesús, [1914], Evolución de los dogmas, [1920], El cristianismo antiguo, [1921], El cristianismo medieval y moderno, [1922], La vida oculta de Jesús, [1924], Dioses y religiones, serie de conferencias de la Unión de Libres Pensadores y Creyentes Libres por la Cultura Moral [1926], Jesús, [1933], El mundo judío en los tiempos de Jesús, [1935], Cristo, [1943]; Alfred Loisy, El cuarto evangelio [1903]. En torno a un pequeño libro [1903], Los orígenes del cristianismo [1903], Los misterios paganos y el misterio cristiano [1919], Los orígenes del Nuevo Testamento [1936], Historia du canon del Antiguo Testamento [1890] e Historia del canon del Viejo Testamento [1891]; Ernesto Renan, Vida de Jesús [1963], El porvenir de la ciencia [1890) y Dramas filosóficos [1886]; Ferdinad Tönnies, Comunidad y sociedad [1887] e Introducción a la sociología [1931]; Federico Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos [1889], Así habló Zaratustra [1883-85]; Marcel Mauss, Ensayo sobre el don [1925], Misceláneas acerca de la historia de las religiones [1909] y Manual de etnografía [1947]; Franz Boas, La mente del hombre primitivo [1911] y La antropología y la vida moderna [1928]; Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general [1916]; Guillermo Dilthey, Introducción a las ciencias del espíritu [1883] y Teoría de las concepciones del mundo [1911]; Luis Wittgenstein, Investigaciones filosóficas [1936-49]; Sigmund Freud, Introducción al psicoanálisis [1917], Estudios sobre la histeria [1895], La interpretación de los sueños [1900] y Psicopatología de la vida cotidiana [1904]; Albert Einsten, Fundamentos de la teoría general de la relatividad [1916]; Werner Heisenberg, Los principios físicos de la teoría cuántica 1930]; John Maynard Keynes, El fin del laissez-faire [1926], Teoría general del trabajo, el interés y el dinero [1936]; o Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia [1942], entre muchas otras luminarias de ese período.

Mientras América Latina bullía de efervescencia con las lectura y discusión de las obras de estos grandes intelectuales citados en el párrafo precedente, los intelectuales dominicanos que sobrevivieron a la decapitación de la dictadura se aferraron a su trujillismo y a la política autoritaria de su heredero durante 22 años, Joaquín Balaguer, y estuvieron sordos a las grandes discusiones políticas, literarias y artísticas que preocuparon a Hispanoamérica desde México hasta Tierra del Fuego.

Los intelectuales que regresaron del exilio, a quienes se suponía el amor acendrado a la libertad y a la pluralidad de las ideas, a la discusión de todas las corrientes del pensamiento libre, al pisar tierra dominicana, exceptuando a Juan Bosch, quisieron revivir los días de gloria de sus ancestros caudillistas, ya fuera por lazos familiares o de amistad. Algunos esgrimieron pujos de apellidos aristocráticos y franco desprecio a los sectores populares y alegaron que el pueblo era ignorante y que se había equivocado al elegir a Juan Bosch como presidente de la República. Este aristocratismo les autorizó a unirse al frente oligárquico recompuesto rápidamente por los Estados Unidos para “evitar una segunda Cuba en América”. Sus nombres figuran en los decretos de designación de altos cargos ministeriales, departamentales y diplomáticos expedidos por Emilio de los Santos y Donald Reid Cabral entre 1963 y 1965, así como en el otorgamiento de contratos, donaciones, exoneraciones a la clientela que apoyó el golpe de Estado en contra de Juan Bosch. En las Gacetas Oficiales de ese período figuran esos nombres, así como en las de los doce años de Balaguer.

De los exiliados que abrazaron las ideas socialistas y comunistas en el exilio, una parte entró en una semiclandestinidad que les obligó a aislarse casi totalmente de los sectores proletarios y la excusa de la represión solo se puede esgrimir a medias. Ellos, al igual que los socialcristianos que quisieron implantar doctrina en el país, no arraigaron en el medio porque, como decía Martí, no lo entendían. Para remate de males, la única propuesta para resolver los problemas del país que la izquierda nos ofreció de 1961 a 1970 fue la dictadura del proletariado, una solución proporcionalmente inversa a la que ya había vivido el pueblo dominicano con la dictadura derechista de partido único del trujillismo. Cuando a lo que la sociedad dominicana aspiraba era a la creación de un Estado nacional sin clientelismo, sin patrimonialismo y sin corrupción, donde el cumplimiento de la igualdad de todos ante la ley fuera la norma suprema y su incumplimiento un delito criminal de lesa patria y al disfrute de las más amplias libertades, ahogadas durante los 31 años de dictadura absoluta.

Lo más lejos que llegaron los intelectuales que se quedaron en el país, o los que se fueron al exilio, fue a copiar a los grandes pensadores conservadores como Edmund Burke, Reflexiones sobre la Revolución Francesa [1790]; Augusto Comte y su Curso de filofosía positiva, aunque muy radical para los hostosianos dominicanos, quienes prefirieron en el siglo XIX el positivismo armónico del filósofo alemán de tercera fila Carlos Krauze, el cual permitía conciliar el catolicismo con su variante del positivismo. Como lo dice el DRAE, 1970: 779: “conciliación entre el teísmo y el panteísmo, según la cual, Dios, sin ser el Mundo ni estar exclusivamente fuera de él, lo contiene en sí y de él trasciende.” Por eso la intelectualidad más lúcida del siglo XIX aceptó a Hostos y su reforma educativa, mientras que los intelectuales ligados al poder católico, la rechazaron; Ortega y Gasset, Julián Marías, Heidegger o Husserl, que son la trascendencia hegeliana; a los lingüistas y estilistas del signo como Menéndez y Pelayo, Menéndez y Pidal, Dámaso Alonso o Carlos Bousoño; a los códigos franceses que rigieron hasta hace poco a la Universidad y la Judicatura y en psicoanálisis prefirieron a Jung y su escuela del subconsciente en vez de Freud y su teoría del inconsciente (artículo de 1905), no para quedarse en Freud, sino para ir más allá; en literatura y lingüística se quedaron en la filología y la estilística y no se cuestionaron la teoría del signo que las acompaña, es decir, el rechazo de lo radicalmente arbitrario e histórico del signo; en antropología se quedaron en la antropología colonialista, y en sociología en el funcionalismo; en política se quedaron en el autoritarismo como sistema de gobierno y en los teóricos que apañan tales regímenes; en ciencia se quedaron en la matemática metafísica; y en economía en Keynes o en los autores norteamericanos como Paul Samuelson; y, en física, los profesores se quedaron en la repetición de la teoría de la relatividad y en las artes nuestros pintores y músicos copiaron las tendencias europeas o norteamericanas del momento, como lo demuestra Bernarda Jorge en su último libro. En pintura, Pedro René Contín Aybar, Rafael Díaz Niese y Manuel Valldeperes y sus epígonos orientaron el gusto y el saber desde los años 40 hasta los 70. Luego vinieron el hiperrealismo y el abstraccionismo norteamericanos.

En nuestro país, tanto los intelectuales que se sumaron al trujillismo y lo defendieron incluso después de la decapitación de la dictadura, así como los que en el exilio fungieron como conciencia crítica de la sociedad dominicana (caso paradigmático de Jimenes Grullón), se fundieron en una alianza y un abrazo político para cercenar el primer ensayo democrático al participar en el derrocamiento del primer gobierno constitucional libremente elegido por el pueblo luego de caída la dictadura: el gobierno legítimo y legal de Juan Bosch. En su caída convergió el grueso de los líderes conservadores del exilio que regresaron al país (los Bonilla Atiles, los Ornes Coiscou, los Castillo-Silfa, los dirigentes altos y medios de la Unión Cívica Nacional), así como los líderes de la trama del 30 de mayo de 1961 y los antitrujillistas que permanecieron recluidos en su casa para no colaborar con Trujillo.

La violación del orden constitucional fue el legado que les dejaron a la sociedad dominicana los que derrocaron mediante el golpe de Estado a Juan Bosch. Ese golpe de Estado ha sido el gran trauma del país. El voto de ustedes –nos dijeron–no vale nada y nosotros, todos juntos, concluimos en que ustedes se equivocaron al votar por Juan Bosch y decidimos, por la fuerza, instaurar de nuevo el autoritarismo, el clientelismo y el patrimonialismo, pues todo eso fue lo que aprendimos de la historia dominicana y de nuestros padres.

El discurso de los historiadores les ha dado la razón. Todos los golpistas y sus intelectuales ancilares que derrocaron a Bosch e instalaron el Triunvirato y apoyaron la intervención militar norteamericana y a Joaquín Balaguer colocado en el poder por Lyndon Johnson luego de la revolución de abril de 1965. Una vez muertos en olor de santidad, los ayuntamientos de la Capital y del resto del país decidieron rendirles homenaje a trujillistas y golpistas al rotular con su nombre, calles, avenidas, edificios, escuelas, hospitales, aeropuertos, puentes y carreteras del país.

A todo lo sucedido en el país de 1916 hasta hoy le llamó Américo Lugo la “escuela de cobardía y envilecimiento” del pueblo dominicano. Esta escuela permite tales desmanes en contra de nuestra dignidad porque le falta conciencia política, conciencia nacional y conciencia de su unidad personal, sin las cuales no hay posibilidad de que la nación dominicana exista. Bosch le agregaba que el pueblo dominicano carece de conciencia de clase y yo rematé el asunto al afirmar que cada habitante de nuestro país carece de conciencia de ser sujeto. Debido a estas ausencias de conciencia descritas en el párrafo anterior, no hemos podido crear un Estado nacional verdadero, el cual podría quizá ser una realidad dentro de 300 ó 500 años. Por eso en la sociedad dominicana existe una mezcolanza inextricable de interrelaciones entre oligarcas, burgueses, pequeño burgueses y hasta líderes sindicales y obreros metidos a empresarios del transporte. Mientras tanto, seguiremos formando parte de lo que Lugo llamaba “una porción de humanidad” y una caricatura de Estado, obligada a girar en torno a los Estados verdaderos, condenada a vivir, hasta las calendas griegas, en el autoritarismo, el clientelismo, el patrimonialismo y la corrupción generalizada.

En el libro de Paulino Ramos están los nombres; en la “Bibliografía” de los trujillistas de Rodríguez Demorizi están los nombres; en los libros sobre el golpe de Estado a Bosch están los nombres: todos son nuestros héroes del siglo XX y sus descendientes, los del XXI. En conclusión, no hay teoría radicalmente arbitraria y radicalmente histórica, por más revolucionaria que sea, que al llegar a Santo Domingo no sea recuperada y convertida por los intelectuales dominicanos en una chercha conciliadora, frívola y completamente despolitizada. La poética de Meschonnic es el único discurso que no han podido trivializar. De ahí el odio visceral en contra de esta poética.

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