martes, 11 de diciembre de 2012

El método crítico de Giovanni di Pietro



Por Diógenes Céspedes
Siempre es un reto para un crítico escribir sobre otro crítico. Sobre todo si los dos críticos son amigos, como es el caso de Giovanni di Pietro y el mío.
Pero la tarea se nos facilita a ambos porque los dos sostenemos la idea, él, de que cuando uno publica un libro ya no le pertenece y la obra debe andar su propio camino y, yo, que no creo ni el elogio, ni en condena ni en silencio cuando se ejerce la crítica.
Vale decir que tanto Di Pietro como yo estamos curados de la enfermedad del amiguismo, del bombo mutuo, de la condena desaforada y tremendista o de guardar silencio ante una obra buena o una que al ser mala, el poder cultural la da por buena.
Una de las afirmaciones de Di Pietro que siempre me causó problema fue la que se encuentra en casi todos sus libros anteriores donde él negaba ser crítico literario. De mala gana ha aceptado en su última obra (“Otras lecturas. Más ensayos de literatura dominicana. 1989-2012”. San Juan de Puerto Rico: Unicornio, 2012) que ejerce la crítica literaria, se asume como crítico literario y deslinda su terreno con respecto a los demás críticos literarios.
Aunque por razones diferentes, la labor crítica de Di Pietro, desde su primer ensayo sobre novelas dominicanas el último libro, y la mía han recibido un rechazo masivo de parte los intelectuales criollos. Este rechazo me ha llevado a interrogarme por qué si Di Pietro y los intelectuales criollos tienen la misma teoría del signo, del lenguaje, de la historia, del Estado y de la literatura lo atacan por todos los flancos cuando él analiza textos literarios producidos por algunos de los escritores dominicanos, incluso si tales textos pertenecen a un pasado remoto, como lo es el siglo XIX o el siglo XX.
Creo haber encontrado un principio de respuesta: cuando Di Pietro analiza los textos literarios dominicanos, principalmente novelas del presente en que escribe, su método ecléctico le obliga a plantear una valoración positiva o negativa de la obra. ¿Por qué el enfado o el rechazo visceral? Porque los escritores dominicanos carecen de método de valoración literaria, salvo que no sea el del empirismo o el subjetivismo y juzga a partir de sus creencias, las cuales les conducen, por narcisismo, a creer que todo lo que sale de su pluma posee un valor literario.
Cuando el análisis que Di Pietro opera sobre los textos de esos escritores o de sus amigos no llena sus expectativas de sobrevaloración, se produce de inmediato el rechazo y la ira que termina en agresión verbal o descalificación por consideraciones extra literarias.
Es cierto que el método ecléctico de Di Pietro contiene los mismos conceptos extraliterarios del esteticismo o la estética (marxista, empirista, historicista o tradicional) de los discursos de sus adversarios. Veamos, si no, lo que dice Di Pietro acerca del método que emplea: “Esta metodología ‘práctica’, que conste, es muy arriesgada, pues quien la utiliza tiene que estar seguro de su asunto y no inventarse cosas que no aparecen en el texto. Requiere una lectura muy atenta, entrar dentro de la novela y, muchas  veces, en la misma mente de los protagonistas. Por eso, no es ningún método sociológico, del cual se me acusa. Implica psicología, historia, filosofía, lenguaje, o sea, todos los recursos que tengo a la mano para llegar a su mejor y más profundo entendimiento.” (p. 343)
De esa metodología práctica o método ecléctico asumido por Di Pietro, solo el lenguaje es un concepto literario. Hay otro concepto, no contemplado en esta cita, pero sí en múltiples pasajes del libro de Di Pietro, que es estrictamente literario: el contenido, al cual el autor de “Otras lecturas…” otorga una gran importancia. Yo diría que es un concepto literario de todos los métodos de análisis de textos que se fundan en la teoría del signo. Y ese concepto de contenido es inseparable del concepto de forma, aunque esté ausente o no del análisis literario de carácter binario. Incluso en la teoría lingüística del signo el concepto de contenido puede fácilmente conmutar con el de significado y entonces el significante jugará el mismo papel que el concepto de forma. Y la forma será equivalente al contenido o significado, pero siempre dentro del binarismo del signo. En la poética no ocurre esto, pues el concepto de sentido lo impide.
Entonces, lo que irrita a los detractores del método de Di Pietro es la valoración del contenido como rasgo pertinente de la obra a condición de que ese contenido esté simbólica y políticamente orientado a la construcción de una moral opuesta a la corrupción de la sociedad mantenida a través del clientelismo y el patrimonialismo de las clases que han gobernado a la sociedad dominicana desde 1844 hasta hoy. Si una de las obras que Di Pietro analiza en sus distintos libros no tiene esa orientación simbólica y política del contenido, carece de valor literario.
Me pregunto si no era esa misma orientación política que la crítica marxista de la literatura exigía a las obras literarias hasta la caída del socialismo en 1989. Para este tipo de método de análisis, la obra que no tuviera ese mensaje carecía de valor y era tipificada de reaccionaria y contrarrevolucionaria. Pero al discurso analítico de Pietro se le exige hoy que no fije el valor de una novela, un cuento, un poema o una pieza teatral basado en esta orientación simbólica y política del contenido. ¿O estoy irremisiblemente equivocado? ¿O la diferencia entre el análisis marxista del contenido y el análisis ecléctico del contenido que realiza Di Pietro se diferencian en que el primero es propaganda y el segundo, no? ¿O reivindican la sociología marxista o funcionalista de la  literatura y el método ecléctico de Di Pietro la trascendencia y lo universal como valor adicional de la obra literaria, además de la orientación simbólica y política del contenido?
El método sociológico marxista exigía del mensaje de la obra literaria un contenido moral, es decir una pedagogía del contexto con vista a crear conciencia de clase en los obreros y la clase media, mientras que el método sociológica funcionalista se perdía en las condiciones de producción de un texto y le huía como el diablo a la cruz al contenido moral de la obra y planteaba, en cambio, los valores trascendentales o lo universal. ¿Cuál es la diferencia con el discurso de Di Pietro cuando este plantea lo siguiente?: “Nadie lee nada sin buscar al mismo tiempo algún tipo de mensaje. Siempre hay un mensaje o, como a mí me gusta decir, una moraleja (…) No empleo la palabra ‘moraleja’ en vano, pues en lo más hondo de mi alma crítica, entiendo que la literatura tiene y ha tenido desde siempre un propósito pedagógico. Los grandes críticos, como Mathew Arnold, Francesco De Sanctis o Pedro Henríquez Ureña, por ejemplo, todos lo entendieron así. Entonces, ¿quién soy yo para ir en contra de tales luminarias?” (p. 360)
¿Y si esos tres críticos están equivocados? No habrá entonces ninguna pregunta que destruya esa afirmación, como propugnaba Bernard Groethuyen? ¿Puede durar entonces ese discurso tanto como el de los teóricos griegos que afirmaron que la literatura y las artes tenían un fin moral y pedagógico? ¿Durará ese discurso más tiempo que el de la concepción plana de la tierra y su inmovilidad o la no circulación de la sangre?
Me formulo estas preguntas porque la poética sostiene que la moral, la pedagogía, la psicología, la lingüística, el marxismo, el sicoanálisis, la historia y la filosofía con las cuales está constituido el método ecléctico son prácticas discursivas  o ideologías y que el sentido simbólico y político de una obra, para que sea valor literario, debe estar orientado en contra de esas  ideologías.
Pero Di Pietro sostiene que todos los métodos de análisis literarios son válidos: “Ha habido y sigue habiendo varias escuelas críticas. En tiempos pasados, estaban de moda algunos métodos, como por ejemplo, el marxista y el arquetípico. Aparecieron otros, cada uno pretendiendo ser el único válido. Pero yo siempre he sostenido que no existe ninguno que lo explico todo. Por consiguiente, hay muchos métodos y, según mi punto de vista, todos son válidos.” (p. 356)
Entonces si es así, según su eclecticismo, ningún método es verdadero. En esto concuerda con la poética, método que sostiene, sin embargo, en aras del concepto saussureano de negatividad, que los signos se distinguen por este rasgo y de signos, aunque no se confunde con ellos, está hecha toda obra literaria, aunque su valor reside en la infinitud de sus sentidos orientados política y rítmicamente en contra del sistema social y sus ideologías epocales. Si el método demuestra esto será más coherente que otros métodos que no hagan lo propio. Pero ser más coherente no quiere decir que tal método sea verdadero ni superior a los demás. Semejante lectura ayuda a los sujetos de esa sociedad a vivir y a ser sujetos, no a través de la moral o la pedagogía de la obra literaria, sino a través de la ética del texto, la cual hace de un sujeto un sujeto.
Y aunque el método ecléctico de Di Pietro se limita a lo moral y lo pedagógico del mensaje, el análisis de contenido donde los protagonistas simbolizan la patria o el pueblo, esto ayuda al vivir de los lectores cuando el crítico advierte una orientación política en contra de la corrupción, el clientelismo y el patrimonialismo que ha hundido a la sociedad dominicana, desde 1844 hasta hoy, en la injusticia, con la justicia politizada y la privatización de la política parte de los políticos como eje conductor de la república.
La validez de todos los métodos conduce, a mi juicio, a la indistinción. Cuando Di Pietro define a los demás métodos con respecto al suyo, pese a que afirma que ninguno es superior a los demás, si se le aplica un análisis epistemológico, se ve por los lexemas del discurso la peyoración de los demás métodos. Oigamos primero cómo define su método ecléctico: “¿Cuál es la crítica que practico? (…) Puedo sacar de la manga, entonces, el término que la describe: Crítica ecléctica. Como bien se sabe, este método crítico en (sic) ningún modo es considerado como académico. No se considera así por una sencilla razón: Porque sostiene lo que apenas acabo de decir, o sea, que todos los métodos son válidos, y no existe uno que sea más válido que los demás. ¿Qué hace el crítico ecléctico? Muy simple: Lee el texto y, para llegar a una determinada interpretación, echa mano de todos los métodos que conoce para extraer de él su máximo sentido. Realizada esta labor, como divulgador de ese sentido, expone sus hallazgos en ensayos y libros.” (Ibíd.) El eclecticismo es una variante de la hermenéutica: se funda en la interpretación, que teológica o no, remito al primado del contenido
Aunque Di Pietro considera que a esta definición del método ecléctico aplicado a un texto cualquiera, él le añade algo extra: “Sin embargo, a esto añadiría algo más que es particularmente mío. Y es que el crítico ecléctico no debería tomar con mucha seriedad los resultados de sus indagaciones. Que debería presentarlos como puros teoremas para que las personas que leen sus ensayos y libros tengan la libertad de aceptar o rechazar, en parte o totalmente, lo que afirma. O sea, que para ser coherente consigo mismo, debería estar dispuesto a olvidarse hasta de los mismos resultados de su método. Estos serían válidos sólo si, de alguna forma, el lector encontrara cierta utilidad en ellos.” (pp. 356-57) La utilidad era, junto con lo bello y lo bueno, la concepción pragmática e ideológica del arte y la literatura en Grecia y Roma.  
Según esta definición de Di Pietro, autor y lector deben olvidarse de la obra. Pero sucede que nadie se olvida de la obra. De ahí el acosa a Di Pietro por parte de sus detractores. El pacifismo del olvido tiende un velo de conformismo al lector. El minúsculo mundo de lectores y críticos que Di Pietro advierte en esta sociedad es sumamente activo, hiperactivo diría yo, y está a la caza de las opiniones de los críticos, sin importar el método que usen. Lo que esperan es lo que advierte Di Pietro: que se hable de la obra, no importa que sea bien o mal. Pero que se hable. Esto obedece, al menos en nuestra sociedad, a la infravaloración que Di Pietro advirtió en sus estudiantes de inglés. Lo mismo observé en los estudiantes de letras durante más de treinta años de docencia.
Leamos ahora la definición de Di Pietro sobre los demás métodos cuyo valor es igual idéntico al del eclecticismo. En su artículo “Breve defensa de la una crítica”, el autor se plantea una pregunta que sepulta a los demás métodos, aunque el suyo y los demás valgan por igual: ¿Cuál es la importancia de mi crítica dentro del ámbito de la literatura dominicana y el mismo campo de la crítica literaria como se practica en el país?” (p. 366)
Ahora solo resta leer cómo conceptúa Di Pietro cada tipo de crítica. Veamos el primero: “Yo no me hago ilusiones. Sé que la crítica literaria en la República Dominicana  se hace como crítica periodística, esencialmente, y como crítica teórica, en el mejor de los casos. La crítica periodística es una crítica amañada. Tiene mucho que ver con el amiguismo y las preferencias ideológicas. Si eres amigo, eres un gran novelista y haces cosas que rayan en lo sublime, muy cercanas al Quijote; si eres de mi partido político o trabajamos juntos en la misma oficina de relaciones públicas, no hay papelito que publiques que no sea pura destilación de las mismitas nueve Musas en Helicona.” (Ibíd.)
Hago una pausa y abro el abanico de los puntos de vista. Lo dicho por Di Pietro es cierto solamente para el comentario periodístico frívolo o light. Practicado en la cultura dominicana y a escala mundial gracias a la entronización del neoliberalismo y su teoría literaria y cultural de lo posmoderno y light. La gran tradición de crítica periodística que tuvo sus raíces en América Latina en el siglo XIX, por razones culturales y políticas, sigue vigente en el siglo actual. Darío y Pedro Henríquez Ureña son dos paradigmas, para no citar una centena de escritores que ejercieron esta labor de crítica periodística, heredada principalmente del modelo cultural francés exportado al ámbito europeo y latinoamericano. De manera que urge distinguir un tipo de crítica periodística light de otro tipo que se toma en serio ese asunto.

Para el segundo tipo de crítica conceptualizado por Di Pietro, él escribe con prevención, producto esta de una cultura universal que está en el ambiente de la teoría del signo, la cual consiste en devaluar la teoría, cualquiera que sea, en beneficio de lo práctico y utilitario. El teórico es un ser que no aterriza, vive en la luna, es un soñador; de él no se espera ningún resultado práctico que beneficie a su sociedad y a la humanidad. Ese es el núcleo discursivo que condena juntos al teórico y a la teoría.
¿Por qué esta desconfianza en la teoría? Más de dos mil años de pensamiento occidental la condenan irremisiblemente a través de la teoría del signo de griegos y romanos. Es, pues, algo aprendido culturalmente por los occidentales del siglo XXI. Incluso si grandes escritores y científicos han proclamado que la teoría es inseparable de la práctica, incluso que la teoría misma es una práctica, como lo escribió una vez Luis Althusser. O Marx y el marxismo posterior que se inventó luego de su muerte. El materialismo histórico y dialéctico no se cansó de pregonar que la teoría era inseparable de la práctica. ¿De dónde vino la desconfianza en ese  axioma? Vino de la única teoría del signo que ha reinado en Occidente durante más de dos mil años: la separación, distancia o abismo existente entre el signo y el objeto al que alude. Del lenguaje, esa separación, distancia o abismo pasó a la filosofía, a la historia, a la política y demás prácticas sociales vigentes desde la Antigüedad hasta nuestros días. Y esa teoría del signo funciona como un inconsciente en los sujetos. Y no importa que Saussure haya demostrado lo contrario al teorizar que el signo lingüístico está compuesto de dos elementos inseparables: el significante y el significado, y que este signo es radicalmente arbitrario y radicalmente histórico.
No, no importa. Los sujetos siguen repitiendo hasta el cansancio que hay una separación entre el signo y la cosa a la que alude. Incluso algunos llegan a asumir que no hay separación, pero tres líneas después de haber admitido esto, se contradicen.
Creo que la peyoración de la teoría por parte de Di Pietro le viene de este inconsciente. Por esta razón él dice del segundo tipo de crítica: “La crítica teórica es otro asunto, y la practican algunos de los más preparados críticos del país, como Diógenes Céspedes, Manuel Matos Moquete y José Alcántara Almánzar. Esta crítica está relacionada a veces con una determinad fase del desarrollo intelectual del mismo crítico. Alcántara Almánzar, por ejemplo, trabajó mucho la crítica marxista al principio; Céspedes se ha inclinado hacia las teorías  literarias de Meschonnic. El problema de este tipo de crítica es que a veces se hacen análisis sólo para comprobar la teoría, que es como poner la carreta antes que los bueyes. Sin embargo, es siempre valiosa, pues no se diluye en esas loas desmedidas y esos ditirambos estrafalarios que forman parte de la crítica periodística.” (Ibíd.)
Escribo en mi nombre. Matos Moquete y Alcántara Almánzar que escriban en el suyo. Para eso son sujetos. Pero digo y sostengo a partir de la irreductible unidad dialéctica entre significante y significado con dominancia del significante, pero sin anulación del significado que, siguiendo la definición del signo lingüístico de Saussure expuesta más arriba, la teoría y la práctica poseen igual funcionamiento que el signo definido por Saussure, puesto que teoría y práctica no pueden expresarse sino a través del discurso, donde se producen los sentidos organizados por la sintaxis ordenadora de esos signos.
No se trata, pues, de carreta delante de los bueyes, frase que agrava el desprecio la teoría, como lo proclama en Occidente la teoría y la política del signo. Y esta teoría y política del signo es la que los sujetos practican inconscientemente  cuando no han asumido la teoría del signo tal como la definió Saussure. Además analizar para comprobar si la teoría funciona en un texto es lo que debe hacer cualquier crítico a fin de constatar que el método y los conceptos de dicho método están bien empleados y que no hay problema epistemológico.
Y esta comprobación la realiza Di Pietro con su teoría ecléctica, como se verá luego de leer el tercer tipo de crítica existente en nuestra cultura: “¿cuál es el método crítico que ahora está más de moda? Es el semiótico, y eso todo el mundo sabe que es pura jerga indescifrable hasta para los mismos expertos que lo practican. Sostengo, pues que no hay que avergonzarse de hablar de protagonistas centrales y secundarios, de trama y subtramas, de ubicación en el espacio y el tiempo, géneros, tendencias, biografía del autor y tantas otras cosas que antes hacían de la lectura de la crítica un ejercicio placentero, como tomarse una buena taza de café o un vaso de vino y fumarse un puro.” (pp. 367-368)
¡Lástima grande es que Di Pietro, al describir los diferentes tipos de crítica vigentes en el país no analizara la teoría del signo y del lenguaje que sostienen esos discursos, inseparables de una teoría de la literatura, de lo político, de la historia, del Estado, del poder, de la traducción, del sujeto y del poema y del ritmo! Solo a través de la coherencia y la unidad dialéctica indefinida de estos conceptos se puede medir la grandeza o la miseria de esos discursos críticos dominicanos o de cualquier otro ámbito geográfico.
Léase ahora, con detenimiento, la propuesta de Di Pietro acerca de cómo analiza, con su método ecléctico, las obras literarias. Responde así a una pregunta que le formuló Manuel Mora Serrano en la entrevista que le hizo y que figura como anexo en la obra de Di Pietro: “Simple. Me fijo en los protagonistas, lo que hacen y lo que dicen. Me pregunto por qué lo hacen y por qué lo dicen. Después, voy mirando si ellos tienen alguna dimensión simbólica o metafórica; o sea, si representan algo en específico, un concepto, un ideal. Si es así, tengo la clave al (sic) sentido de la novela, pues el texto estaría dramatizando esas cosas a través de sus actuaciones [de los personajes]. La próxima fase es preguntarme cuál es la relación entre ese contenido y la sociedad o ambiente que la produjo. Esta no es una lectura sociológica de la novela, como algunos han dicho despectivamente: es una manera de justificar su existencia, su razón de ser. Porque si la obra no tiene una razón de ser, o no es buena o sólo se reduce a las fantasías personales del autor, las cuales son muchas veces poco recomendables. Tercera y última fase, es averiguar qué aporta esa obra a la literatura del país, y, más allá de eso, a la literatura universal. Esto es así porque ningún escritor, aunque lo pretenda, está escribiendo simplemente para su propio deleite (eso se llama onanismo literario, si lo practica), sino que siempre tiene en mente a su sociedad y, últimamente, a la humanidad, ya que pertenece a un país y al mundo.” (pp. 342-343)
Ahí, in extenso, el modo de operar del método ecléctico de Di Pietro cuando analiza obras literarias. Incluso ese método él lo aplica a ensayos literarios. Tengo la convicción que este método, como el de Roland Barthes o cualquier otro que se funde en la teoría del signo, solo funciona para textos de un “plural parsimonioso”, como denomina el crítico francés a las obras literarias que no sobrepujan el estadio de una pluralidad indefinida de sentidos, como los textos clásicos franceses de Balzac, Zola, Flaubert, Dickens, Tolstoi. En español diré que los textos clásicos serían los de Pérez Galdós y los autores del llamado nacionalismo literario. Para la cultura dominicana todo es texto clásico, desde Galván hasta hoy.  Por esta razón se explica que estas obras no planteen el reto que Barthes señala para las obras no clásicas cuyos “sistemas de sentido pueden apoderarse de este texto absolutamente plural, pero su número no se cierra nunca, al tener como medida el infinito del lenguaje.” (S/Z. México: Siglo XXI, 1980, p. 3) En cambio, los textos literarios dominicanos, a excepción quizá de los metafísicos, no poseen una infinitud de sentidos y en él “no puede haber estructura narrativa, gramática o lógica del relato; si en algún momento éstas dejan que nos acerquemos es en la medida (…) en que estamos frente a textos no totalmente plurales: textos cuyo plural es más o menos parsimonioso.” (Ibíd.) Que son los textos a los cuales se ha enfrentado Di Pietro en la novelística, la cuentística, el teatro y la poesía o el ensayo. Y no solo Di Pietro, sino todos los críticos dominicanos.
Pero no es lo mismo enfrentarse con el método ecléctico a textos como los cuentos fantásticos de Poe, el Ulises de James Joyce, En búsqueda del tiempo perdido, de Proust, los poemas metafísicos de William Blake, las elegías de Rilke, algunas novelas de los autores de la nueva novela francesa, a autores como Philippe Sollers en Leyes, o a poemas metafísicos de Borges o de Lezama Lima o a amplias zonas de Paradiso o, si se desea, al “Poema de la hija reintegrada”, de Moreno Jimenes y tipos de textos como ese que no dan cuenta de zona geográfica, tiempo, conflictos aparentemente no políticos o sociales y cuyos personajes son un yo que no se confunde con el pronombre personal, pero cuyo trabajo es una ética del sujeto en contra de las ideologías literarias de una época. ¿Cómo podría dar cuenta de la infinitud de sentidos un métodos tan binarios como el ecléctico, el sociológico marxista o funcionalista y el semiótico e, incluso, el paradigma de lo tradicional como es el método estilístico-estético? Es más fácil pisar el terreno de los textos de plural parsimonioso. No hay posibilidad de equivocarse.
Pero incluso, debido al rechazo de estos métodos, excepto el periodístico frívolo o light, la sociedad dominicana con sus lectores y sus críticos partidarios inconscientes de la teoría del signo, no está culturalmente y políticamente preparada para aceptar un tipo de crítica ecléctica como el de Di Pietro, y mucho menos un método como el semiótico que, aparte de las fallas señaladas por Di Pietro, no tienen pertinencia en cuanto al abordaje de la literatura, pues sus conceptos están adaptados para el análisis de las prácticas artísticas que no usan el lenguaje humano, tal como lo ha demostrado Émile Benveniste en su ensayo “Semiología de la lengua” y que los semióticos partidarios de la teoría metafísica del signo, consciente o inconscientemente, se niegan a aceptar, pues se les arruinaría el negocio del monopolio de su hermenéutica literaria. La no aceptación de una crítica como la de Di Pietro por escritores, intelectuales, críticos y lectores prueba que el estadio cultural en que se encuentran es el de la teoría inconsciente del signo.

Esos estudiantes de inglés o de letras fueron, en la época de los años 1980 en adelante, los futuros escritores y poetas dominicanos. El minúsculo mundo de los críticos, para los cuales Di Pietro no escribe, cree él ingenuamente, son los activadores sociales de la ira y el enfado social de los articulistas de periódicos digitales o físicos y de los remitentes de correos a través de la red. Tantos los articulistas, los críticos o los remitentes de correos electrónicos mantienen una clientela de admiradores en actitud levantisca en contra de críticos eclécticos como Di Pietro o como los que practican el método de la poética.
Pero como son sujetos que se han sumado al carro de lo posmoderno, de la cultura light y de los fastos del poder político, su estrategia política y literaria es reenviar correos tóxicos a través de las redes sociales o escribir artículos iracundos, llenos de denuncias y resentimiento social y de frustraciones al no haber podido realizar la gran obra literaria que se esperaba de ellos y que les catapultaría a la fama criolla e internacional. Esos críticos, cuyos partidos de izquierda pactaron con el poder, se han quedado aislados y añoran, con nostalgia, los regímenes de partido único al estilo Cuba, la Unión Soviética y los países del Este de Europa o Asia, cuya única teoría literaria es la de la literatura como reflejo de la lucha de clases.
Por esa razón cuando ven los resultados de la aplicación de métodos como el de Di Pietro o el de la poética que asignan un valor a determinadas obras literarias dominicanas, al comprobar que las suyas no aparecen, se vuelven rabiosos al quedar al desnudo su propia esterilidad. Hay que felicitarles calurosamente y exhortarles a que se pasen la vida reenviando mensajes por las redes sociales. Esos correos electrónicos y esos artículos en los medios son su obra maestra.
Mientras tanto, Di Pietro se conforma con explicarnos en su libro en qué consiste su método ecléctico y cómo lo aplica. Con ese método ha llevado al alcance de un segmento de la sociedad dominicana una valoración de los nuestros textos clásicos y modernos que no alcanzan la pluralidad infinita de sentidos, pero sí la pluralidad parsimoniosa. Lo realizado por Di Pietro a través de los libros donde ha mostrado esa valoración quizá ayude al lector, pese a su constatación de que en nuestro país ni los críticos leen, a contemplar la vida de otra manera y a forjarse una idea de los textos literarios dominicanos que realmente cuentan.
Mora Serrano lo advierte en una parte del prólogo al libro de Di Pietro: en Otras lecturas. Más ensayos de literatura dominicana, los autores fundamentales de textos parsimoniosos que poseen un valor son La enana Celania y otros cuentos, de Viriato Sención; Motivos para aborrecer a Picasso, de Diógenes Valdez; La pasión meditabunda, de Carlos Ardavín; Desconocidos en el parque, de Armando Almánzar, así como la novela de este autor titulada Un siglo de sombras; de León David, Antes del holocausto: fragmentos, máximas y apuntes acerca de la extinción del espíritu en la época moderna; y de Marcallé Abreu, No verán mis ojos esa horrida ciudad. Anoto que todas las novelas de Marcallé analizadas por Di Pietro en otros libros suyos son reconocidas como portadoras de un gran valor literario y las únicas que cumplen a cabalidad con las exigencias metodológicas del eclecticismo que practica nuestro crítico.
En el ámbito poético, Di Pietro valora como altamente positiva la calidad poética de La piara, de Pastor de Moya. Igualmente nuestro crítica encuentra un valor elevado a Manolo, novela de Edwin Disla, incluso muy por encima de su obra anterior, Dioses de cuello blanco. Y el único ensayo crítico que figura en la obra de Di Pietro está consagrado a Andrómaca, de Iván García, con el cual el crítico ejecuta un buen ejercicio que pienso deberían leer los que aspiran a convertirse en críticos de teatro, a fin de que constaten cómo abordar ese tipo de texto desde el punto de vista del método ecléctico.
Finaliza la lista de las obras analizadas con el ensayo de Manuel Núñez, Los días alcionios, y con la novela de Marcallé Abreu, La manipulación de los espejos, largo texto que cierra el libro de Di Pietro. A ambos libros le concede el crítico ecléctico el pase a la calidad de discurso ideológico-informativo y de novela, pues ambos se ajustan a los conceptos del método ecléctico que ha aplicado Di Pietro a través de las 303 páginas que conforman las obras ensayísticas y de ficción analizados en el libro.
A quienes deseen entrar en contacto con las otras obras que no califican en cuanto a valor literario como textos de plural parsimonioso, les exhorto a leer la obra de Pietro.
Y yo termino diciendo algo sobre la crítica y la amistad. La primera no tiene nada que ver con la segunda, con lo que suscribo la misma opinión que tiene Di Pietro sobre este tema. La amistad no puede convertirse en un velo que oculte el valor de la obra o sus fallas desde el punto de vista de los conceptos del método al cual se adscribe el analista. En una obra literaria, como en los demás discursos humanísticos y sociales, no hay verdad, sino sentidos  y puntos de vistas que hay que descubrir con el método y sus conceptos aplicados por el analista o el crítico. He dicho lo mismo que Di Pietro en este y en los demás libros que ha escrito con anterioridad.


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